Capítulo 3: No es tan sencillo

Natalia quería creer que, con la ayuda de Julián Altamirano, tendría una oportunidad para enfrentar a la familia Salvatierra. Sin embargo, no era tan sencillo como él se lo pintaba, ni como ella podía imaginárselo. Primero tenía que esperar a que sus heridas sanaran, y no solamente las físicas, sino también las que llevaba tatuadas en el alma.

Ella se mordió el labio, presionó una mano sobre su vientre vacío y lloró en silencio por ese bebé que recién había perdido. El dolor se abrió paso por su corazón. Agradeció el haberse quedado sola, pues sería muy humillante que Julián la viera en ese estado, tan deplorable y vergonzoso.

Natalia jamás imaginó la maldad que existía en el corazón de don Hilario y de Efraín. Antes había imaginado que solamente la despreciaban, no que la odiaran hasta el punto de… Apartó los malos recuerdos de su cabeza y trató de serenarse. Julián podía llegar en cualquier momento, y no quería que le hiciera más preguntas. No estaba lista para responderlas todas.

Mientras tanto, Julián entró a su habitación, tomó varias cobijas y ropa de su closet. No era como si pudiera ir al pueblo y comprar ropa de mujer. Podía, pero eso significaba atraer la atención de la gente sobre él, y era lo que menos quería, sobre todo ahora que iba a llevarse a Natalia al pueblo vecino. Ella necesitaba ver a un médico con urgencia, y Renata se había ofrecido para asistirla en otro hospital.

—¿Se puede saber a dónde vas con tanta prisa? —Julián se detuvo al escuchar la voz de su madre. Tragó el nudo formado en su garganta antes de girarse.

—Tendremos que trabajar sobre las vallas que fueron tumbadas ayer por la noche. Ya sabes lo cambiante del clima en la costa, no quiero arriesgarme a coger un resfriado —mintió. Había ordenado que ninguno de sus hombres se acercara a esa zona de la hacienda.

—Puedo llevarte sopa por la noche —se ofreció. ¿Cómo decirle que no a su madre? No había manera. De una u otra forma, Wendy Altamirano se presentaría, así que…

—Claro, mamá, pero no te arriesgues —le dijo, dándole un beso en ambas mejillas.

—¿Estás seguro de que todo está bien? —preguntó Wendy, notando el ligero nerviosismo de su hijo mayor.

—Todo está en orden —dijo antes de detenerse de nuevo—. Te llamaré, tengo que salir al pueblo vecino por algunos materiales que no encontraron en la ferretería del pueblo, y no sé ni la hora en la que saldré ni la hora en la que volveré —avisó, una manera muy sutil de hacer desistir a su madre.

—Te llevaré la sopa, si no estás, la dejaré sobre la mesa —avisó Wendy.

Julián asintió, tomó su maleta y salió con prisa. Se despidió de su padre y su abuelo con un ademán, dejó un beso en la frente de su abuela Laura y corrió hacia su camioneta. Tenía el tiempo justo para pasar por Natalia y llevarla al hospital; de lo contrario, las cosas podían ponerse feas, «más de lo que ya estaban.»

Julián manejaba con rapidez, ansioso por llegar a la cabaña, reunirse con Natalia y llevarla al hospital donde Renata esperaba para atenderla.

Mientras conducía, su mente se llenó de preocupaciones, no solo por Natalia, sino también por su madre y la vaga explicación que le dio sobre las vallas y los materiales. Javier conocía muy bien a su madre y sabía que, si presentía que algo no estaba del todo bien, haría sus propias averiguaciones.

Julián se sentía terriblemente mal por mentirle a su madre, pero entendía el miedo de Natalia. Pensar en lo que Efraín le había hecho le hizo apretar el volante con fuerza, hasta que sus nudillos se tornaron blancos por la presión. De una u otra manera, él iba a encontrar la forma de hacerle morder el polvo por su acto tan cruel contra Natalia.

Apenas estacionó, se bajó del auto y corrió al interior de la cabaña. Se encontró con Natalia sentada sobre el catre, con la mirada perdida en algún punto de la pequeña habitación. Su rostro estaba pálido, mostrando el sufrimiento que recién había experimentado. Pequeños hematomas se estaban formando en su mentón y pómulo, la muestra salvaje de las acciones de Efraín.

Julián se contuvo para no proferir una maldición, se acercó lentamente a Natalia sin querer asustarla.

—Natalia, estoy aquí —le dijo en voz baja, posando una mano reconfortante sobre su hombro. Ella dio un ligero brinco y se giró para mirarlo, con sus ojos todavía empañados por las lágrimas.

—Gracias por volver, Julián —susurró Natalia con gratitud, forzando una pequeña sonrisa. Sabía que él estaba arriesgando mucho al llevarla al pueblo vecino, pero no tenía a nadie más a quien acudir. No había amigos, ni familia, no había nadie. Excepto él.

—No voy a fallarte —aseguró Julián, ofreciéndole las prendas y cobijas que había traído, y Natalia se apresuró a cambiarse. Aunque no quería ser una carga para él, comprendía que necesitaba atención médica urgente.

—Julián, ¿podrías esperarme afuera un momento? —pidió Natalia, sintiéndose cohibida por su condición actual. Quería arreglarse lo mejor posible antes de enfrentarse a la mirada compasiva de Julián.

Él asintió con comprensión y salió, dándole espacio para arreglarse. Mientras esperaba, miró el paisaje, intentando mantener la mente ocupada. Cada minuto se sentía eterno, y no podía evitar preocuparse por Natalia y lo que podría estar pasando por su cabeza.

Finalmente, Natalia salió de la cabaña, lista para partir. Julián vio el dolor en sus ojos, pero también notó una determinación en su mirada. A pesar de todo lo que había sufrido, Natalia estaba dispuesta a enfrentar lo que fuera necesario para superar esta difícil situación.

Julián la ayudó a subir a la camioneta con cuidado y luego condujo hacia el pueblo vecino. Durante el viaje, ambos se sumieron en un silencio reconfortante. Julián no quería presionarla con preguntas, pero estaba listo para escucharla si ella decidía hablar.

Al llegar al hospital, Renata los recibió con amabilidad y se aseguró de que Natalia recibiera la atención que necesitaba. Julián esperó impacientemente en la sala de espera, su mente llenándose de pensamientos sobre cómo enfrentarían juntos los desafíos que les esperaban.

Después de un tiempo que pareció interminable, Renata se acercó a Julián.

—¿Cómo está? —le preguntó, poniéndose de pie.

Renata dejó escapar un suspiro.

—Le hemos practicado el legrado, pero es probable que tengas que medicarla durante los siguientes días. Ha llegado con fiebre debido a su pérdida —informó.

—Entiendo, Renata, muchas gracias por esto que haces —agradeció, sabía que estaba involucrando a un tercero.

—No tienes nada que agradecer, Julián, para eso somos amigos. Aunque no dejo de preocuparme por ti y la manera en que te has involucrado en todo esto —dijo, colocando su mano sobre la de Julián—. Sigo pensando que debiste avisar a las autoridades, esto es grave —señaló.

Julián negó.

—No haré nada que ella no quiera, Renata. Natalia no está lista para hablar sobre lo que le ha pasado.

—¿Te lo dijo? —preguntó ella ligeramente sorprendida.

Julián asintió.

—¡Dios, no puedo imaginar lo difícil que pudo haber sido para ella confesarte la verdad! Ahora debes comprender el motivo de mi preocupación, Julián. Natalia debe denunciar el abuso que ha sufrido.

Julián se quedó de piedra al escuchar las palabras de Renata.

«¿Abuso?»

—Natalia estará bien. Físicamente, necesita descanso y cuidado, pero se recuperará. Lo más importante es el apoyo emocional que pueda recibir —dijo Renata, desconociendo que Julián no estaba al tanto de esa verdad.

Sin embargo, Julián agradeció las palabras de apoyo de Renata, conteniéndose para no preguntar.

—Volveremos a Miramar. Por favor, guárdame el secreto —le pidió.

Renata asintió mientras le entregaba la receta con la prescripción de los medicamentos que necesitaba y le indicaba el número de habitación de Natalia.

Julián caminó por el pasillo, se paró frente a la puerta y con cuidado la abrió. Natalia estaba dormida, y, aun así, parecía estar luchando entre sus sueños.

El vaquero se prometió en ese momento estar ahí para Natalia en todo momento. Decidió que, cuando llegara el momento adecuado, hablaría con ella largo y tendido. Simplemente, no podía permitir que la maldad de los Salvatierra quedara impune.

Julián permaneció junto a Natalia en la habitación del hospital, velando su sueño. Un par de horas después y tras firmar la hoja que la enfermera le había traído, liberando al hospital de toda responsabilidad por llevársela ese mismo día, Julián y Natalia volvieron a Miramar.

Aquella noche fue la peor de todas. La fiebre atacó el cuerpo frágil y herido de Natalia hasta el punto del delirio. Julián le inyectó la medicina recetada y con paños de agua fría bajó su fiebre. Agradeció que su madre le dejara la sopa tal como se lo había prometido, pues le ayudó mucho a mantener a Natalia hidratada y con algo de comida en el estómago.

Las cosas no serían nada fáciles, pero ya estaba sobre el caballo y no daría un solo trote atrás…

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