Capítulo 2. Promesa

Julián se paseó en las afueras de la choza, luego del grito de Natalia y posterior desmayo, había cabalgado como un loco hacia el pueblo, solo había una persona en la que podía confiar, sabía que no iba a traicionarlo bajo ninguna circunstancia. El vaquero ni siquiera le había explicado a la doctora García nada, simplemente la había sacado de su casa, pues no tenía turno en el hospital y se la había llevado con él.

Julián se detuvo al escuchar la puerta de la choza abrirse, elevó la mirada para encontrarse con los ojos cafés de Renata.

—¿Cómo está? —preguntó él.

Ella dejó escapar un suspiro.

—Renata, por favor, dime cómo está —pidió angustiado de que algo malo fuera a sucederle a Natalia, apenas la conocía, pero estaba en sus tierras, en una de sus chozas y sobre su cuerpo llevaba sus huellas…, darse cuenta del error que había cometido, le hizo tragar en seco. Si Natalia moría, él sería el único sospechoso.

—Deberías explicarme que fue lo que pasó con ella y como terminó en ese estado tan lamentable —expuso la mujer.

Julián negó.

—No tengo idea de cómo terminó así, la encontré tirada entre la maleza —le contó.

—¿Por qué no lo has reportado a las autoridades o has llamado a su suegro? Efraín es su cuñado, puedo llamarlo —se ofreció Renata.

—Ella no quiere que nadie más se entere, no sé lo que ocurrió y hasta que no se despierte, no podré responder. Por favor, nadie debe saber que ella está acá, y menos que tú viniste —le pidió.

Renata torció los labios en un mohín.

—No deberías esconder lo que ha ocurrido, Julián, ha sufrido múltiples golpes y… —ella se detuvo.

—¿Qué? —preguntó él, ante la abrupta interrupción de Renata.

Ella negó.

—¿Qué más le ha pasado? —preguntó con cierto miedo en la voz.

—Natalia Salvatierra ha perdido el bebé que esperaba —dijo.

Julián tragó el nudo formado en su garganta.

—¿Estaba, estaba embarazada? —le cuestionó.

—Lo estaba, un embarazo de pocas semanas —confirmó—. Hay que hacerle un legrado o podría presentar alguna infección, no puedo hacerlo sin el instrumental y el lugar adecuado para hacerlo.

Julián apretó los puños.

—Hablaré con ella —dijo.

—Será mejor que no te metas en problemas, Julián, este caso me parece delicado. La familia Salvatierra debe estar buscándola —señaló.

El vaquero asintió.

—Gracias por venir.

—Para esos son los amigos, Julián —dijo—, te recomiendo que no te involucres más que esto —añadió, tocando el hombro del hombre y marchándose de la choza, dirigiéndose a su auto.

Mientras Julián miraba la puerta cerrada, cuando había ido al pueblo por Renata, también aprovechó para comprar algo de víveres, no sabía cuándo podían ser necesarios. Por lo que evitó entrar a la choza y se dirigió a la parte de atrás para preparar una sopa, algo para cuando Natalia despertara.

Dos horas más tarde, Natalia abrió los ojos, tenía la boca seca y el cuerpo dolorido, pero se dio cuenta de que tenía algunas gasas adheridas a su piel, alguien la había curado, pero ¿quién? ¿Habría sido Julián?

Un escalofrío le recorrió el cuerpo, al imaginar que no fuera él y que alguien más supiera de ella…

—Has despertado.

La mirada de Natalia cayó sobre Julián, sentado en una pequeña troza de madera, con una humeante taza de algo en las manos.

El olor le indicó que se trataba de una sopa de pollo, que le hizo gruñir el estómago, provocando que se sonrojara ante la evidencia de lo famélica que estaba.

—Lo siento —se disculpó.

Julián se levantó y haló la silla de madera hasta el catre. Dejó el tazón y se acercó a Natalia para acomodarla mejor contra la madera.

—No soy un buen cocinero, pero creo que hice algo decente —dijo, ofreciéndole la taza.

Natalia tragó el nudo formado en su garganta; sin embargo, aceptó lo que se le ofrecía.

—Gracias —susurró.

—Aliméntate, tienes que recuperar fuerzas —le dijo, tratando de buscar una manera de sacar el tema de sus heridas y de su pérdida.

—Gracias por ayudarme —reiteró.

—Come, Natalia —le pidió en un tono tan bajo, que la muchacha tuvo ganas de llorar.

—Gracias.

Julián se puso de pie.

—Deja de agradecerme todo —dijo, su tono cambió y ella se asustó. Haciendo que Julián se maldijera por eso.

—Lo siento —se disculpó—. Esto me sobrepasa, Natalia, necesito saber qué fue lo que te ocurrió —dijo sin irse por las ramas.

—Yo, yo…, preferiría que no —susurró.

—¡Maldita sea, Natalia! No puedes pretender que haga caso omiso a esto que te ha pasado. Ni siquiera debería tenerte acá, escondiéndote como si fueras una criminal. Si no me dices lo que ha pasado, ¡llamaré a la policía y te llevaré a un hospital! —amenazó, perdiendo la paciencia, haciendo que Natalia se echará a temblar por su arranque de ira.

—¡No! Por favor, no lo hagas —lloró ella, mirándolo con ojos de súplica—. No lo hagas —insistió.

—No tengo ninguna razón para no hacerlo, Natalia, has perdido el bebé que esperabas, ¿qué más tiene que pasarte para que denuncies a quien te hizo esto? —preguntó.

La taza con la sopa cayó al suelo, mientras los ojos de Natalia se abrían con sorpresa y dolor.

—¿Bebé? —preguntó ligeramente aturdida, como si no…

—¿No lo sabías? ¿No sabías que estabas embarazada? —preguntó Julián, sintiéndose mal por la manera en la que le dio la noticia, pero es que Natalia no le ayudaba.

Ella se echó a llorar, pero negó con un movimiento de cabeza.

La mujer se llevó la mano al vientre y sollozó, los Salvatierra lo querían todo de ella, le habían quitado a sus dos hijas y también al bebé que esperaba y que no sabía que crecía en su interior. ¿Qué más querían de ella? ¿Es que no descansarían hasta matarla? ¿Era así como su vida tenía que ser o terminar?

Los sollozos se intensificaron, haciendo que Julián sintiera más y más culpa por su dureza y falta de tacto.

—Lo siento, no debí hablarte de esa manera —dijo, levantándose de la silla y sentándose a la orilla del catre, atrayendo el cuerpo de Natalia y estrechándola entre sus brazos como si tuviera una larga amistad. Apenas se conocían, sin embargo, Julián o era de piedra y el dolor de la mujer le caló hondo en el corazón.

—No lo sabía —se lamentó Natalia, no tenía idea de que Ángel y ella iban a tener otro bebé, con todo lo que estaba pasando en su vida, ni siquiera, fue consciente de la ausencia de su menstruación. Su única preocupación, habían sido sus hijas, saber de ellas y tratar de recuperarlas. Fue por insistir en que terminó de esta manera.

—Voy a ayudarte, pero tienes que confiar en mí, Natalia. Sé que no nos conocemos bien, que no existe ningún lazo entre nosotros, pero si quieres hacer justicia por la vida de tu hijo, tienes que decirme lo que te ocurrió.

Natalia tembló, cerró los ojos y lloró.

—No pude defenderme de él, Julián. Yo solo quería recuperar a mis hijas. Mis dos niñas me fueron arrebatadas por mi suegro y mi cuñado. No he podido verlas desde hace semanas. ¡Llevo semanas sin saber de ellas! Sin saber si están bien, si están comiendo, si me extrañan —sollozó.

Julián apretó los dientes y su agarre sobre el hombro de Natalia se hizo más fuerte y presionó hasta que ella dejó escapar un gemido de dolor.

—¿Fue Hilario quien te hizo esto? —preguntó.

Natalia negó.

—No, no ha sido él —susurró, tratando de serenarse.

—No soy adivino, Natalia, tienes que hablar —insistió él, pese a saber lo difícil que podía resultar para la mujer contarle la verdad.

—Efraín, fue Efraín quien…, —ella hizo una pausa, mientras sentía que la garganta se le cerraba—. Fue Efraín quien me golpeó, me dijo que, si volvía, la próxima vez, terminaría conmigo —confesó.

Julián dejó escapar una maldición, al imaginarse al hombre golpeando a Natalia, ¿Qué clase de hombre le haría eso a una mujer? ¡Solo un hombre cobarde! La ira se encendió en él y el deseo de vengarse en nombre de Natalia palpitó en su corazón.

«¡Justicia! ¡Venganza!», gritaba en su interior.

—No tengo ninguna oportunidad contra ellos, Julián, no tengo a nadie a mi favor. No tengo familia, no tengo bienes, no tengo ni siquiera un empleo estable para poder pelear la custodia de mis hijas. Me tiene en sus manos y van a terminar conmigo de seguir así. ¡Solo quiero a mis hijas! —lloró de nuevo.

Julián se apartó del lado de Natalia, se sentía demasiado enfurecido ante las acciones de Efraín y maldito fuera si permitía que el hombre quedara sin castigo alguno. Él no iba a dejarlo así, haría todo lo que estaba en sus manos para devolverle cada golpe que Natalia había recibido, cada lágrima que la muchacha había derramado.

Él no tenía por qué hacerlo, pero sus principios y valores no le permitían hacerse de la vista gorda e ignorar lo que allí había pasado.

—Voy a ayudarte, Natalia, te prometo que pronto tendrás a tus hijas contigo y verás a Efraín Salvatierra pagar cada una de tus lágrimas — le juró…

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo