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Respiraba de forma brusca, al igual que él, y cuando acercaba su boca a mis pechos un ruido desde la planta baja arruinó por completo la candente escena.

–¿Emmet? ¡Emmet! – él y yo nos miramos perplejos, saliendo del trance en el que nos habíamos inducido. Sus labios estaban hinchados, supuse que los míos tendrían un aspecto similar.

–Sí, Cris, ahí voy– gritó y no pude evitar sonreír con algo de vergüenza. Había estado apunto de empezar algo que habría sido difícil de terminar, ahí, en esa oficina mía en donde tantos libros leí y ningún chico permití. –Yo…– intentó hablarme pero eso sólo lo hacía ver más tierno. Besé su mejilla con delicadeza plantando mi mano en el lado contrario de su rostro.

–Ve– cedí y se apartó de mí. Mis ojos se posaron de forma inmediata en el notable bulto sobre su entrepierna. Eso sin duda llamaría la atención de una mujer a la que no se le pasaba ni una manchita sobre el granito pulido. No pude evitar sonreír como tonta y Emmet se alejó de mí con vergüenza
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