Habían pasado algunos días desde que Alina y él alcanzaron su nuevo "acuerdo". Kilian había decidido dejar de pelear por dentro. Se adaptaba. Asentía. Respiraba. Sobrevivía. Se comportaba como el hombre funcional que Alina necesitaba, pero en las noches, cuando no podía dormir, el sabor metálico del vacío le llenaba la boca.
Esa mañana, Alina se apareció con una llave en la mano y una sonrisa suave, como si le ofreciera un regalo de cumpleaños.
—Pensé que te haría bien tener algo que te mantenga ocupado —dijo, sentándose en el borde del sofá, cruzando las piernas con elegancia—. Un lugar para ti. Una pequeña escuela de navegación. Tu nombre, tus reglas. ¿No querías hacer algo que se sintiera… tuyo?
Kilian tomó la llave. El llavero era sencillo, con las coordenadas de la bahía grabadas en latón. Le pareció simbólico: incluso en su aparente libertad, sus movimientos seguían marcados por otros.
—Gracias —dijo. Sin emoción, sin ironía. Solo vacío.
Visitó el local esa tarde. Estaba ce