El mar estaba quieto esa mañana, como si también contuviera la respiración. Kilian se había levantado antes del amanecer y caminaba descalzo por la playa, los pantalones remangados y la camisa abierta, sintiendo la frialdad de la arena bajo los pies. Había pasado una semana fuera de Kalliste. Una semana lejos de Alina, lejos de las rutinas impuestas, lejos incluso de la versión de sí mismo que fingía aceptar.
Había pensado en irse para siempre. Cambiar de nombre una vez más. Perderse en otro país, con otro pasaporte, lejos de todo. Pero no lo hizo. Volver fue más fácil que huir del todo. Y, al menos aquí, aún podía devolver algo. Fingir que hacía lo correcto. No era redención, era cobardía. Desaparecer del todo nueva vez requería un tipo de valor que él ya no tenía. Además, Alina tenía la mayoría del dinero bajo su poder.
Entró a la casa sin hacer ruido. Alina estaba en la terraza, con una taza de café humeante entre las manos. Lo había visto llegar desde la ventana, pero no salió a