La cita con la abogada fue breve. Demasiado, quizás.
Céline llegó con una carpeta cerrada bajo el brazo y las emociones firmemente sujetas bajo la blusa impecable. Vestía como quien no tiene dudas. Caminaba como quien no va a temblar. Pero por dentro, cada paso era un eco: ¿realmente estoy lista?
La abogada la recibió con cordialidad sobria. Había discreción en el despacho, un aroma tenue a eucalipto, y la promesa de decisiones importantes flotando en el aire.
—Solo necesito comprender bien los escenarios —dijo Céline, al tomar asiento—. No estoy aquí para firmar nada. Aún.
La profesional asintió. Conocía ese tono. El de las mujeres que no estaban rotas… pero sí al borde.
Durante media hora hablaron de términos, procesos, bienes compartidos, cláusulas prenupciales, la custodia legal, la residencia principal, los movimientos empresariales que complicaban todo un poco más. Céline lo procesó todo en silencio, sin dramatismo.
Al final, la abogada preguntó:
—¿Desea que agende