El silencio los acompañó de vuelta.
No hubo música. No hubo palabras. Solo el murmullo lejano de los niños dormidos en el asiento trasero, ajenos al abismo que crecía entre sus padres.
Cuando llegaron al edificio, Céline se giró para despertar a Elian y Yvania con voz suave. Kilian no se movió.
—Voy a quedarme un rato abajo —dijo sin mirarla—. Necesito… un poco de espacio.
Céline lo observó apenas un segundo. No preguntó. No insistió. Solo asintió con un leve movimiento de cabeza, como quien acepta que ya no se puede empujar lo que no quiere moverse.
—Te dejo la puerta sin seguro —murmuró—. Por si decides volver antes que el silencio.
Bajó del coche. Ayudó a los niños con sus mochilas. Ni una sola vez se giró.
Kilian se quedó allí, solo, con las manos firmes en el volante. La torre Valtieri reflejaba su silueta en los cristales. Por un segundo, pensó en subir. En besar a sus hijos dormidos. En disculparse sin palabras.
Pero no lo hizo.
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El bar no estaba lleno, pero tampoco