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Esa mañana, mientras el chofer conducía por las calles heladas de Belvaronne, Céline apoyó la cabeza contra el cristal. Afuera, la ciudad comenzaba su jornada con la prisa habitual; adentro, ella respiraba con calma fingida, aunque el corazón todavía latía más rápido de lo habitual.
Pensaba en Kilian.
Había notado su mirada. La forma en que la observó mientras se vestía. Cómo sus pupilas se dilataron al verla deslizarse las medias, cómo tragó saliva cuando se inclinó para abrocharse los tacones.
Él aún la deseaba. Eso era evidente.
Pero el deseo ya no bastaba.
Casi me perdiste, pensó. Y si me quieres de vuelta… vas a tener que merecerlo.
No se lo iba a poner fácil. No otra vez.
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Al llegar al edificio Valtieri, el hall estaba más frío que de costumbre. El ascensor subía lento. El reflejo de Céline en el espejo de acero era el de una mujer impecable: cabello recogido, labios pintados de rojo suave, abrigo largo y oscuro. Una Valtieri en forma. Pero por dentro, algo