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Kilian estacionó frente al edificio cuando ya caía la noche. Las luces de Altura Valtieri encendían una a una sus ventanas como ojos que lo vigilaban. En el asiento del copiloto, el abrigo arrugado aún conservaba la humedad de la niebla matutina. Había pasado todo el día en las afueras, bordeando el lago. Sin dirección. Sin propósito.Todavía las condiciones no permitían navegar, pero ya pronto el clima mejorará.
Era su nuevo refugio. El único lugar donde no se sentía juzgado.
Subió en silencio. El penthouse olía a cera recién encendida y a la cena recién servida. El aroma lo golpeó con una contradicción inesperada: hambre y vacío a la vez.
Agnes lo esperaba en el pasillo. Como siempre, discreta. Como si todo estuviera en orden, aunque nada lo estuviera realmente.
—Señor Valtieri —dijo con voz baja—. La señora Céline ha pedido que no la esperen para cenar. Sigue en la oficina. Dijo que... cenara con los niños.
Kilian asintió, quitándose el abrigo con lentitud.
—Gracias, Ag