Céline, por su parte, también había notado la contención. Todo marchaba bien. Los niños reían, las conversaciones fluían, los silencios ya no dolían tanto. Kilian la abrazaba por detrás al pasar, le dejaba una taza de café cerca cuando madrugaba, le rozaba la mano en la mesa.
Pero la intimidad... no avanzaba.
Al principio pensó que era parte del proceso. Que tal vez él necesitaba tiempo. Pero con los días, comenzó a observar los detalles: cómo su cuerpo se tensaba cuando ella se acercaba demasiado, cómo desviaba la mirada si se quitaba la bata frente a él, cómo la besaba con cariño... pero sin hambre.
Entonces lo entendió, o creyó entenderlo: tal vez él esperaba a que ella le abriera esa puerta. Tal vez no era frialdad, sino respeto. Tal vez no quería volver a tomarla si ella no se lo pedía con claridad.
Y esa noche, frente al espejo, mientras se arreglaba el cabello y ajustaba el broche del vestido con manos firmes, decidió que era momento.
No porque lo necesitara físicamente. Sino p