Alina no era tonta. Siguió hablando de rutas marítimas, de coordenadas seguras y protocolos de salida, pero no dejó de observarlo.
La forma en que él evitaba sostenerle la mirada. El leve desajuste de su camisa, como si se hubiera vestido deprisa esa mañana. El olor tenue a perfume de mujer que no era suyo.
Lo supo.
Kilian se había acostado con Céline.
Sintió una punzada de celos. Fría. Precisa. No por amor. Sino por control. Porque algo que había domado con tanta maestría ahora se le deslizaba entre los dedos.
Pero no reaccionó. No aún. Sabía que si presionaba demasiado o le hacía un reclamo podía perderlo todo.
Así que afiló sus garras en silencio. Y decidió que esa parte de él volvería a ser suya.
—¿Tienes un minuto más? —preguntó con tono suave, casi clínico.
Kilian asintió, sin sospechar.
Entonces Alina se levantó, caminó hasta la puerta, la cerró con seguro, y volvió hacia él sin dejar de mirarlo.
—Hay cosas que la libertad no te va a dar —dijo, mientras se sentaba sobre sus pie