Había una pantalla gigante y Dante apareció en ella, contestando inmediatamente.
Son como las 8 de la mañana en New York, y él se ve como si se hubiera acostado a dormir a las 8 de la noche y no hace 3 horas.
Como siempre, guapo, pero el tonto se ve súper feliz.
Como si no se acordara del problema en el que se metió.
—¿Qué pasa, Dante, no sabes comportarte? —dijo Salvatore muy, muy molesto—.
¿Crees que yo debería estar aquí cuando le hacen los exámenes a Amalia?
Mierda, olvidé la razón por la que él fue a ese viaje.
Y parece que él también, porque se le borró la sonrisa.
—No, no lo creo. Si lo creyera, yo no estaría aquí.
Pido perdón por mi comportamiento.
Y te prometo que me voy a hacer cargo de todo.
—¿Eso quiere decir que me puedo ir y olvidar este tema?
—Sí, jefe.— le dijo a su padre.
Se despidió de todos y se fue.
—Entonces, señor Dante, ¿cómo es que piensa arreglar esto?
Pasamos más de horas haciendo planes por cada una de las posibilidades que se podían dar.
Al final se dec