Narrador.
El sonido del bolígrafo contra el papel era lo único que rompía el silencio en la oficina de Luther. Firmaba con precisión, sin prisa, cada documento apilado frente a él. La rutina le daba una falsa sensación de control, una calma que rara vez encontraba fuera de esas cuatro paredes.
—Cómo odio el papeleo —susurró para sí mismo, entre dientes—. ¿Cuál es la necesidad de hacer esto? Soy un puto alfa, no un empresario.
—Te recuerdo que Armando Eldrin tenía una empresa pequeña a la que debes seguir manteniendo si no quieres que tu pueblo pase hambre —habló Malzahar.
El demonio conocía su historia a fondo, y le encantaba llevarle la contraria sólo porque Luther no tenía ni una pizca de paciencia.
El alfa suspiró, cansado de la voz en su cabeza.
—A veces pienso que no eres real y me estoy volviendo loco —bufó, dejando los papeles a un lado.
—Tranquilo, es normal que pase —comentó, con cinismo—. Por otro lado, ¿qué tal te trata la vida de padre? No sueles ver mucho a tu bebé.