Luther.
—¿Cómo va el crecimiento del bebé? —pregunté, caminando junto a Elise hacia el sótano.
La manada logró capturar a un demonio bastante peculiar que llamó mi atención. Lo tenían encerrado en el calabozo y me encantaría hacerle una propuesta.
Sonreí de lado, pensando en las posibilidades que tendría de convertirme en el puto rey.
—Va bien… —murmuró Elise, cabizbaja.
Sobó su vientre.
—¿Qué sucede?
—No creo que sea buena idea —comentó, haciendo una expresión arrugada—. Puede ser peligroso para ti, y no quiero perderte.
Se detuvo.
Colocó ambas palmas sobre mi pecho, y nuestra diferencia de altura le dificulta llegar a mi boca. Me incliné un poco para darle un suave beso en la frente.
—¿No quieres que seamos los reyes del mundo entero? —inquirí, acariciando su cabeza—. Hemos acabado con los Eldrin, y no vamos a detenernos por miedo.
—Luther, los demonios son astutos y siempre se salen con la suya. ¿Y si te pide a cambio la vida de nuestro hijo? —Apretó los labios.
Me mofé