Kael.
Estaba de pie junto a la mesa de bebidas, con una copa de vino en la mano y la mirada vagando entre los rostros felices que llenaban la cabaña. Las luces colgantes lanzaban destellos suaves sobre las paredes de madera, y la música flotaba como una brisa cálida entre las conversaciones, las risas y los pasos de baile.
Tenía años sin sentirme tan pleno… era una calidez difícil de explicar. Esperaba que papá y mamá estuvieran orgullosos de mí, porque la manada Moonlight había vuelto a ser feliz.
A mi lado, Damián hablaba sin parar.
—Y entonces el jabalí lo miró como si fuera su cena. Te juro, Kael, tenía los ojos inyectados en sangre. El protagonista tenía una sola flecha, y el arco estaba mojado. Pero igual apuntó. Respiró. Y justo cuando iba a disparar, ¡zas! Se resbaló con barro y terminó con la cara en el lodo. El jabalí se fue. Creo que se apiadó del pobre. Fue demasiado gracioso.
Asentí, sin dejar de mirar hacia el otro lado del salón. A veces Damián hablaba demasiado, y mi