Jason Barut estaba desesperado. La presión de la policía lo seguía, y cada día que pasaba sin noticias de Leonarda lo llevaba más al borde. La llamada que había hecho para pedir ayuda simplemente, lo desechó. El hecho de saber que Eva había recurrido a su familia le llenaba de esperanza y ya no a modo de venganza. Podría usarla a su favor; pero en ese momento, no quería venganza; quería enmendar su error. Quería simplemente recuperarse.Su mente se llenaba de pensamientos oscuros. Y podría decirse que necesitaba de Leonarda, pero ella no era importante como su pellejo.— ¿Dónde te metiste maldita perra? — murmuró para sí mismo, mientras se restregaba el rostro con las manos.Un oficial se acercó y le sonrió de forma peligrosa.— Barut, tienes visita. — Jason se tensó.— ¿Quién es?— No lo sé, pero parece importante — respondió el oficial, señalando hacia la entrada —. Traje de diseñador, y ojos asesinos.— Debes aprender a cerrar la boca, oficial. — La voz de Gabriel resonó en
La penumbra del despacho se intensificaba con cada segundo que pasaba. La señora Francisca, envuelta en su abrigo de terciopelo negro, sostenía el teléfono con una mano temblorosa, el ceño fruncido y el pulso acelerado. Su mirada estaba fija en la ventana, como si esperara que la oscuridad misma le diera respuestas. — ¿Dónde están mis hombres? — gritó, su voz resonando en las paredes del despacho. La rabia brotaba de su ser, un volcán a punto de estallar. Necesitaba que encontraran a esa bastarda manipuladora antes de que abriera la boca, antes de que todo se desmoronara. La línea se cortó y un silencio inquietante invadió la habitación. Francisca dejó caer el teléfono sobre la mesa, su respiración agitada. Se giró lentamente, su mirada se posó en un rincón, donde una figura etérea parecía flotar. Era Violet, pero solo ella podía verla. — Tú debes hacer lo que te ordene — murmuró Francisca, su voz apenas un susurro. Su mente maquinaba, buscando formas de manipular a quienes la r
El despacho de James Barut era un lugar que respiraba tensión. Las paredes adornadas con retratos familiares parecían observar cada movimiento, cada susurro. Eva Montenegro estaba sentada frente a él, con la postura recta y la mirada firme, dispuesta a no dejarse intimidar. James la escaneaba de pies a cabeza, buscando alguna señal de debilidad, algún indicio de que estaba tramando algo. A pesar de la calma que intentaba proyectar, Eva podía sentir el peso de su mirada.— ¿Qué te trae por aquí, Eva? — preguntó James, su voz grave resonando en la sala —. Ahora también quieres quitarnos ésta casa.Sin embargo, su mirada decía más que sus palabras: había desconfianza, una especie de alerta que le decía que no se fiara de ella. Eva, por su parte, se esforzaba por mantener la compostura. Sabía que cualquier desliz podría convertirse en un arma en manos de James.A su lado, Penélope, sentada con las piernas cruzadas, elegante como siempre, ignorándolos. Eva se acercó a su oído.— Creo q
Al cabo de unos minutos, la puerta se abrió y James entró, su expresión era un mar de emociones encontradas. —¿Qué está pasando? — preguntó, su voz ahora más suave, casi preocupada. —Nada que te preocupe — respondió Eva, manteniendo la mirada firme en él —. Sólo conversábamos, señor. James la miró fijamente, buscando grietas en su armadura, pero Eva no iba a ceder. —¿Estás segura de que no es una trampa? — dijo, su tono un poco más duro. —Quizás tú seas la trampa — respondió ella, sintiendo cómo la tensión crecía entre ellos. James se acercó un paso más, la distancia entre ellos casi desapareciendo. —¿Por qué deberíamos confiar en ti? — demandó, su voz baja, casi amenazante. —Porque estoy aquí por Iris. Porque quiero que ella tenga un futuro. No por ti ni por tu familia, sino por ella — declaró Eva, sintiendo que cada palabra tenía peso —. Además, vine a pedirle ayuda a la señora Barut. James frunció el ceño, claramente confundido, dudoso. —Te he visto hacer cosas
Penélope sintió cómo el asfalto se deslizaba bajo las ruedas del coche mientras cruzaba la frontera hacia la maldita ciudad. Había pasado dos horas en la carretera, cada kilómetro intensificando su ansiedad. Sabía que el tiempo corría y que su…, sea lo que sea que era, estaba en peligro. La imagen de su hermano, atrapado en el sótano de su madre, la perseguía como una sombra oscura.Condujo por calles que parecían estar impregnadas de un aire opresivo. La ciudad, con sus edificios altos y luces parpadeantes, se sentía viva y a la vez muerta. Su mente daba vueltas en un torbellino de pensamientos mientras buscaba a Gabriel en sus contactos. — ¿Dónde estás? — pensó, su voz ahogada y silenciada por la desesperación. Pero no obtuvo respuesta. La pantalla del teléfono permanecía en silencio, mostrando que él no estaba disponible. Penélope sabía que no podía decirle dónde estaba Eva, pero la urgencia del momento la obligaba a actuar. Su hermano estaba en peligro y ella tenía que hacer
Penélope sabía que no podía perder más tiempo. Tenía que actuar antes de que Gabriel se descontrolara aún más. Por un momento, un estúpido momento creyó que al menos se preocuparía por él, por Gael. Él es su hermano mayor. Él debería correr hacia Gael y protegerlo; pero no. Está más preocupado por Eva, y no es que no sea importante, pero él mismo se lo buscó y ahora Gael era el que necesitaba ayuda. Con el corazón latiendo con fuerza, se dirigió hacia la mansión de la familia Barut. La mansión se alzaba imponente, con sus muros de piedra y ventanas oscuras, como un castillo que guardaba secretos inconfesables.Al llegar, tomó un momento para observar el lugar. La atmósfera era pesada, y sabía que entrar no sería fácil. Pero no le quedaba otra opción. Tenía que salvar a Gael. Quería hacerlo. Necesitaba hacerlo.Se acercó a la entrada principal, pero el portón estaba cerrado. Miró alrededor, buscando una forma de entrar sin ser vista. Sus instintos le decían que debía ser cautelosa. R
La atmósfera en la mansión Montenegro era eléctrica, cargada de tensión y resentimiento. Gabriel, junto a Gael y Penélope, se adentró en el vestíbulo, donde la opulencia de la casa era un recordatorio cruel de la familia que habían dejado atrás. La luz tenue iluminaba los rostros de los hombres de su madre, que esperaban con miradas desafiantes.Lograron salir de ese laberinto secreto, pero el peligro no acababa y aunque el peligro estaba allí, ni Gael ni Gabriel abandonarían su hogar. Al menos los hombres de su madre fueron despachados. No todos. Y el resto estaban bajo las órdenes de Gabriel y Ben.— No podemos quedarnos aquí — dijo Penélope, con las manos temblando mientras hacía sus señas —. Debemos salir antes de que sea demasiado tarde. He tocado un arma. Nunca he tocado un arma.Gael asintió, pero una parte de él sabía que no podían escapar sin enfrentar a su madre y a sus secuaces. Se acercó a ella y la abrazó para calmarla.— No tengo palabras para agradecerte, Pen. Estás
— Dime que me deseas, Eva — susurró Jason contra su piel, sus labios recorriendo su cuello con una mezcla de urgencia y posesión.— Te deseo, Jason... — susurró ella, sintiendo su cuerpo arder bajo su tacto.Era un amor secreto, un amor prohibido. Dos años de encuentros furtivos, de noches de pasión en habitaciones de hotel, de promesas susurradas en la penumbra. Dos años esperando que él finalmente la presentara a su familia. Pero eso nunca pasó.Y ahora entendía por qué.La oficina de Jason Barut era un reflejo de su poder: elegante, impecable, con ventanales que daban a la ciudad como si fuera su dueño. Ahí, en ese mundo de cristal y acero, Eva Martín había sido su sombra por dos años.Dos años siendo su asistente, su amante en la oscuridad, su secreto mejor guardado.Se ajustó la blusa color perla y echó un vistazo rápido a su reflejo en el espejo del ascensor. Ojos grandes, labios temblorosos. Se veía como lo que era: una mujer enamorada que, contra toda lógica, seguía creyendo e