La penumbra del despacho se intensificaba con cada segundo que pasaba. La señora Francisca, envuelta en su abrigo de terciopelo negro, sostenía el teléfono con una mano temblorosa, el ceño fruncido y el pulso acelerado. Su mirada estaba fija en la ventana, como si esperara que la oscuridad misma le diera respuestas. — ¿Dónde están mis hombres? — gritó, su voz resonando en las paredes del despacho. La rabia brotaba de su ser, un volcán a punto de estallar. Necesitaba que encontraran a esa bastarda manipuladora antes de que abriera la boca, antes de que todo se desmoronara. La línea se cortó y un silencio inquietante invadió la habitación. Francisca dejó caer el teléfono sobre la mesa, su respiración agitada. Se giró lentamente, su mirada se posó en un rincón, donde una figura etérea parecía flotar. Era Violet, pero solo ella podía verla. — Tú debes hacer lo que te ordene — murmuró Francisca, su voz apenas un susurro. Su mente maquinaba, buscando formas de manipular a quienes la r
El despacho de James Barut era un lugar que respiraba tensión. Las paredes adornadas con retratos familiares parecían observar cada movimiento, cada susurro. Eva Montenegro estaba sentada frente a él, con la postura recta y la mirada firme, dispuesta a no dejarse intimidar. James la escaneaba de pies a cabeza, buscando alguna señal de debilidad, algún indicio de que estaba tramando algo. A pesar de la calma que intentaba proyectar, Eva podía sentir el peso de su mirada.— ¿Qué te trae por aquí, Eva? — preguntó James, su voz grave resonando en la sala —. Ahora también quieres quitarnos ésta casa.Sin embargo, su mirada decía más que sus palabras: había desconfianza, una especie de alerta que le decía que no se fiara de ella. Eva, por su parte, se esforzaba por mantener la compostura. Sabía que cualquier desliz podría convertirse en un arma en manos de James.A su lado, Penélope, sentada con las piernas cruzadas, elegante como siempre, ignorándolos. Eva se acercó a su oído.— Creo q
Al cabo de unos minutos, la puerta se abrió y James entró, su expresión era un mar de emociones encontradas. —¿Qué está pasando? — preguntó, su voz ahora más suave, casi preocupada. —Nada que te preocupe — respondió Eva, manteniendo la mirada firme en él —. Sólo conversábamos, señor. James la miró fijamente, buscando grietas en su armadura, pero Eva no iba a ceder. —¿Estás segura de que no es una trampa? — dijo, su tono un poco más duro. —Quizás tú seas la trampa — respondió ella, sintiendo cómo la tensión crecía entre ellos. James se acercó un paso más, la distancia entre ellos casi desapareciendo. —¿Por qué deberíamos confiar en ti? — demandó, su voz baja, casi amenazante. —Porque estoy aquí por Iris. Porque quiero que ella tenga un futuro. No por ti ni por tu familia, sino por ella — declaró Eva, sintiendo que cada palabra tenía peso —. Además, vine a pedirle ayuda a la señora Barut. James frunció el ceño, claramente confundido, dudoso. —Te he visto hacer cosas
Penélope sintió cómo el asfalto se deslizaba bajo las ruedas del coche mientras cruzaba la frontera hacia la maldita ciudad. Había pasado dos horas en la carretera, cada kilómetro intensificando su ansiedad. Sabía que el tiempo corría y que su…, sea lo que sea que era, estaba en peligro. La imagen de su hermano, atrapado en el sótano de su madre, la perseguía como una sombra oscura.Condujo por calles que parecían estar impregnadas de un aire opresivo. La ciudad, con sus edificios altos y luces parpadeantes, se sentía viva y a la vez muerta. Su mente daba vueltas en un torbellino de pensamientos mientras buscaba a Gabriel en sus contactos. — ¿Dónde estás? — pensó, su voz ahogada y silenciada por la desesperación. Pero no obtuvo respuesta. La pantalla del teléfono permanecía en silencio, mostrando que él no estaba disponible. Penélope sabía que no podía decirle dónde estaba Eva, pero la urgencia del momento la obligaba a actuar. Su hermano estaba en peligro y ella tenía que hacer
Penélope sabía que no podía perder más tiempo. Tenía que actuar antes de que Gabriel se descontrolara aún más. Por un momento, un estúpido momento creyó que al menos se preocuparía por él, por Gael. Él es su hermano mayor. Él debería correr hacia Gael y protegerlo; pero no. Está más preocupado por Eva, y no es que no sea importante, pero él mismo se lo buscó y ahora Gael era el que necesitaba ayuda. Con el corazón latiendo con fuerza, se dirigió hacia la mansión de la familia Barut. La mansión se alzaba imponente, con sus muros de piedra y ventanas oscuras, como un castillo que guardaba secretos inconfesables.Al llegar, tomó un momento para observar el lugar. La atmósfera era pesada, y sabía que entrar no sería fácil. Pero no le quedaba otra opción. Tenía que salvar a Gael. Quería hacerlo. Necesitaba hacerlo.Se acercó a la entrada principal, pero el portón estaba cerrado. Miró alrededor, buscando una forma de entrar sin ser vista. Sus instintos le decían que debía ser cautelosa. R
La atmósfera en la mansión Montenegro era eléctrica, cargada de tensión y resentimiento. Gabriel, junto a Gael y Penélope, se adentró en el vestíbulo, donde la opulencia de la casa era un recordatorio cruel de la familia que habían dejado atrás. La luz tenue iluminaba los rostros de los hombres de su madre, que esperaban con miradas desafiantes.Lograron salir de ese laberinto secreto, pero el peligro no acababa y aunque el peligro estaba allí, ni Gael ni Gabriel abandonarían su hogar. Al menos los hombres de su madre fueron despachados. No todos. Y el resto estaban bajo las órdenes de Gabriel y Ben.— No podemos quedarnos aquí — dijo Penélope, con las manos temblando mientras hacía sus señas —. Debemos salir antes de que sea demasiado tarde. He tocado un arma. Nunca he tocado un arma.Gael asintió, pero una parte de él sabía que no podían escapar sin enfrentar a su madre y a sus secuaces. Se acercó a ella y la abrazó para calmarla.— No tengo palabras para agradecerte, Pen. Estás
— ¡Basta! — gritó Gabriel, su paciencia agotándose —. No seré parte de esto. No permitiré que continúes con tu locura.— ¿Locura? — replicó Francisca, acercándose un paso más —. ¿Sabes lo que es locura? Perder todo por unos bastardos que no merecen nada. Todo lo que he hecho fue por ustedes, y ahora son los que están en mi camino.Gabriel sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor. No podía creer lo que estaba escuchando. — Somos tus hijos — musitó, manteniéndose erguido, sin demostrar nada —. Por un tiempo largo creí fielmente que sentías algo por nosotros, que ese comportamiento sobreprotector era porque nos amabas; pero ahora comprendo que todo era una farsa. Un movimiento más, y tal vez conseguirás todo lo que quisieras, arrebatarnos lo que mi padre nos dejó. — ¿Qué has hecho por nosotros? — preguntó, Gael, su voz temblando de dolor —. Solo has causado sufrimiento. ¿Eso es lo que llamas amor? — Amor — murmuró Francisca, como si la palabra estuviera envenenada —. He
La noche se cernía sobre la mansión de los Barut como un manto de sombras. Eva Montenegro se encontraba en la casa, su corazón latiendo con fuerza mientras el frío helaba el aire a su alrededor. Afuera, la ciudad parecía estar en calma, pero en su interior, la inquietud la mantenía en vilo. Sabía que la situación era precaria, y cualquier ruido podía significar peligro.Mientras contemplaba el silencio de la habitación, un golpe seco en la puerta la hizo sobresaltarse. Su instinto fue inmediato: se escondió detrás de un mueble, conteniendo la respiración. La puerta se abrió lentamente, y Eva pudo ver a James Barut a través de un pequeño resquicio. Su figura imponente y la tensión en su rostro la hicieron sentir como si el aire se le escapara de los pulmones.— ¿Quién es? — preguntó James, su voz grave resonando en el silencio de la noche.La respuesta llegó en forma de una figura que se recortó contra la luz que entraba por la puerta: era Jason, su hijo. Eva sintió un escalofrío re