32. No puede convertir a esa hembra en su luna.

Las miradas de todos estaban puestas sobre el Alfa y sobre ella… o más bien, sobre Abigail, como creían que se llamaba. Nadie se atrevía a romper el silencio. Todos contenían el aliento, esperando la reacción de la hembra.

Pero no fue Isolde quien se movió primero.

Fue Evelyn.

Avanzó con paso elegante, pero su sonrisa ladeada delataba la satisfacción que bailaba en sus labios. Se colocó junto al Alfa, como si ya le perteneciera, y clavó los ojos en Isolde con la misma crueldad con la que una serpiente observa a su presa.

—Vaya… vaya… —empezó a hablar—Sabia que escondías algo. ¿Qué clase de madre es capaz de dejar a su cachorro solo en el bosque? ¿Qué más has ocultado?

Antes de que Isolde pudiera abrir la boca para defenderse, el eco de unos pasos resonó en el lugar.

Era Alexander que caminaba con las manos detrás de la espalda y una expresión imperturbable en el rostro.

—Ahora todo tiene sentido —soltó al llegar al centro, sin apartar la mirada de Isolde— Ese es el cachorro que estába
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