Dublín, dos meses atrás.
El gran día había llegado. Hoy, desenmascararía a esa arpía que quería encajarme a su hijo y, de paso, sacarme este molesto compromiso con mi padre, para ser libre. En eso no cederé frente a él.
—Hermano ¿Y si no es cierto lo del embarazo y lo hizo solo para tratar de amarrarte?— me pregunta Christian y yo ya había pensado eso.
—De ser así, más caro lo va a pagar, a mí nadie me embauca de esa manera, nadie la saca barata metiéndose con un O’Connor.
—Eres tan cuadrado, hermano, por lo menos debiste follártela hasta las orejas, antes para después desecharla como la puta que es.
—Ni loco, Erin ha pasado por mas vergas que Manchester y Dublín juntos, la posibilidad de que tenga una ETS no me la quita nadie.
—Asco…
—¿Asco dices, hermanito? Si tú andas por las mismas, no hay vagina en todo Dublín que no hayas probado.
—Eso era antes, mi querido hermano, ahora soy un verdadero monje tibetano— la risa que sale de mi cuerpo es tanta que hasta lloro de todo lo que me ha hecho reír mi hermano, pero era cierto, desde que Luciana lo engañó con su mejor amigo mi hermano se había transformado en un gavilán pollero, poco y nada podía hacer mi padre para detenerlo y rogaba a todos sus santos por no tener nietos desperdigados por toda la ciudad, pero esto que me decía no me lo creía ni hoy ni mañana—¡No te rías! Es cierto, además me cuidaba hermanito, ni loco dejo de usar condón.
—¿Y a qué se debe tu estado de contemplación, Chris?
—A que estoy aburrido del sexo por sexo, creo que por fin ya llené mi cuota personal y ahora buscaré a mi alma gemela— me acerqué a él y toqué su frente.
—Hermano, estás mal, tienes fiebre.
—¡Deja de toquetearme, idiota. Te estoy diciendo la verdad!
—Está bien, te creo hermanito— le digo, mirándolo con suspicacia—, ahora preparémonos para el show.
—¡Eso!— crujió cada uno de sus dedos, se levantó de su asiento y salió como niño pensando en su nueva travesura. Ese era el Chris que tanto amaba.
Justo a las doce treinta escuchamos el timbre sonar, John Cadwell y su adorada hija hacían su entrada triunfal a nuestro maravilloso hogar, descarados.
Estábamos los tres sentados en la sala bebiendo un vaso de whisky, y ni me inmuté cuando el mayordomo nos indicó su llegada, porque quién debía de hacer de maestro de ceremonias era mi padre, yo era uno más de los bufones de la corte en esta obra.
—John, es bueno que hayan venido— mi padre le ofrece su mano, la que recibe a regañadientes pues tiene su vista fija en mí.
—Gracias por la invitación, querido amigo y a ti te quería ver proyecto de hombre.
—¡Padre, por favor!—la reina del drama, toma su brazo para detenerlo, haciéndose la débil y desvalida novia vejada para que su papito no me moliera a golpes.
—Padre ni que nada— le espeta y luego se dirige a mi furioso—, usaste a mi hermosa hija, la preñaste y ahora no te quieres hacer cargo de tu propio hijo, eres una vergüenza para tu familia. Si tu madre lo viera… — me grita envalentonado el viejo Cadwell, mientras mi padre empuña las manos y yo sigo bebiendo de mi copa, ¿creía que hablar de mi madre me doblegaría? De verdad que no sabía lo que estaba diciendo.
—John, relájate, si los he invitado es porque debemos discutir para buscar una solución a este problema.
—Ya sabes cual es la solución, James ¿Para cuándo fijamos fecha de la boda? Y espero que sea pronto, mi hija no puede aparecer con una barriga siendo madre soltera antes de la ceremonia— los ojos de Erin muestran la felicidad absoluta, se cree la vencedora de esta partida y no sabe que está a una movida para quedar jaque mate.
¿Creía que yo sería un caballero y me embolsaría al crio que lleva en sus entrañas? O era demasiado ilusa o simplemente no tenía cerebro, porque yo de caballero no tenía nada y menos cuando no era el culpable de su engendro.
—Eso no será necesario señor Cadwell — digo de lo más tranquilo levantándome de mi asiento— ¿no es cierto, Erin?
—¿De…de qué estás hablando James?— vuelve a su mirada de cordero desvalido y lejos de sentir algún remordimiento me siento sumamente complacido.
—Que, ahora que estoy aquí espero que les digas la verdad a tu padre y al mío.
—¿La… la verdad?— vuelve a tartamudear y yo me estoy regodeando viendo como se cae su mentira.
—Así es, querida, la pura y santa verdad ¿o quieres que yo lo haga por ti?
Este era mi momento, no cederé jamás a una desvergonzada como ella.