CAPITULO 55

—¡Que me bajes, maldición! —seguí gritando, cuando al fin la fría brisa de la noche me dio de lleno en el trasero y la espalda desnuda.

Piero me bajó delante de un taxi y abrió la puerta, invitándome con una mano a que subiera por mi cuenta. Lo hice de mala gana y él me siguió, pidiéndome imperante que le diera mi dirección al conductor que nos veía confundido.

Me crucé de brazos y miré por la ventanilla del coche, intentando comprender como fue que cambió su actitud cálida a aquella agresiva de hace instantes. Hacía bien en pensar que no lo conocía lo suficiente como para arriesgarme por él.

—¿Por qué haces esto, Sabrina? —preguntó con decepción—. Yo he venido a intentar recuperar lo nuestro y hacer lo que fuera necesario para que me perdones y regreses conmigo, pero lo que ocurrió hoy… fue una total y completa locura.

—¿Por qué golpeaste de esa manera a ese hombre? —volteé el rostro y lo miré asustada—. No te bastó con que cayera al suelo; tú seguiste sin la intención de detenerte.
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