SABRINA
Sus manos se deslizaron sobre mi vientre, metiéndose bajo mis glúteos y sentí su boca besarme en mi punto. No podía despegar la vista de él, y él tampoco apartó su mirada de mi rostro. Me vio retorcerme, me vio abriendo la boca para lanzar improperios por la desesperación a la que me sometía su endiablada lengua.
El orgasmo me asaltó de un modo abrasador, de una manera en que quemaba hasta la más minúscula partícula de mi ser. Los poros de mi piel desprendían sudor y cuando aún me sentía abrumada entre nubes y espinas, se hundió en mi interior arrancando un grito desde lo más profundo de mi garganta.
Gemidos y gritos ahogados con besos fueron inundando el ambiente que se tornó denso, caliente y desesperadamente exquisito.
Mis uñas hundidas en su espalda, sus dientes mordisqueando mi carne mientras gritaba bajo su cuerpo su nombre, implorando por más y más, tal y como él mismo lo había vaticinado.
Un último alarido de mi parte y un sonido ronco que provino del fondo de su garga