SABRINA
—Esta no era la idea de tomarme un tiempo para pensar en lo nuestro y comprender la razón para engañarme —repliqué y negó con la cabeza.
—Dime una cosa, Sabrina. —Se cruzó de brazos, viéndome con decisión—. ¿Me amas o no?
—Ese no es el punto, Piero —respondí, adoptando su misma postura y cruzándome de brazos.
—Creo que es el único punto que debería importarnos —respondió nuevamente.
—¿Dejando a un lado tus mentiras? —Para el momento, ya se me estaban subiendo los humos del enfado a la cabeza—. ¿Olvidando que omitiste el pequeño detalle de que estabas casado? Me hiciste creer que era tu esposa, y yo, completamente ingenua, me tragué el cuento cuando en realidad, ya existía una señora Brunelli.
—No fue mi culpa, Sabrina —se excusó—. Tú hermana orquestó toda esa farsa. Para cuando quise hacer las cosas de manera correcta y decirte la verdad, ya estaba perdidamente enamorado y no quise perderte. Fue demasiado sencillo para entonces, dejarme convencer para no decirte nada.
—¡Excusa