Al día siguiente, desde tempranas horas me aposté frente a la mansión de la familia Gauthier. Ya había contactado con una agencia de detectives de la ciudad, para que le siguieran los pasos a Lucila, pero de todas maneras, quería descubrir qué estaba tramando. Pasado el mediodía, un taxi aparcó delante de la casa y ella salió, montándose en él con prisa.
Conduje con cuidado el coche que había rentado para seguirla, por unos treinta minutos, hasta que por fin el taxi se detuvo y ella bajó, ingresando a una enorme y lujosa casa. Cuando se hubo perdido dentro, bajé del coche para vislumbrar la dirección y el número de residencia. Al encontrar lo que buscaba, saqué mi móvil del bolsillo de mis vaqueros y le marqué al detective, dictando los datos para que averiguara quién vivía aquí.
Regresé al coche a esperar que Lucila se fuera, cosa que hizo alrededor de las tres de la tarde. En ese preciso instante, recibí una llamada, era el detective.
—Detective, ¿pudo averiguar de quién es la casa?