Capítulo 2
Las semanas próximas se convirtieron en un torbellino de emociones y desafíos extremos para Irina. Cada sesión de quimioterapia a la que asistía dejaban a Gail más débil de lo que debería y el costo del tratamiento se acumulaba rápidamente saliéndose de sus manos. Irina se sentía atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar por más que lo intentara.
Había días en los que la desesperación la invadía quitándole las fuerzas, y la presión de no poder proporcionar lo que su hijo necesitaba la hacía sentir impotente. No importa cuánto trabajara o cuántas horas dejaba de dormir con tal de mantenerlo a su lado. Sin embargo, una tarde, después de una de las sesiones de quimioterapia más fuertes, Irina detuvo su auto en medio de la carretera. Su corazón pesado no la dejaba respirar mientras miraba a Gail dormir plácidamente en su silla para bebé totalmente indefenso.
La imagen de su hijo, tan vulnerable y frágil, la desgarraba por dentro. En ese momento de desesperación, sintió que no tenía más opciones que dejar su orgullo a un lado. Así que con un nudo en la garganta, tomó su teléfono y marcó el número de Félix, ese que se sabía de memoria a pesar de que había jurado no volver a hacerlo. Él la había dejado sola, peor el tiempo había pasado y seguramente ahora tendía un poco más de confianza al enterarse de la condición de su hijo.
Cuando Irina escuchó su voz al otro lado de la línea, la rabia y la tristeza se mezclaron en su interior impidiendo que pudiera hablar desde el primer momento. Ella sabía que tal vez eso era un error, pero supuso que al explicarle la situación tal vez podría ayudarla.
– Félix, soy yo – dijo en un hijo de voz, pero en el otro lado de la línea no se escuchó nada hasta unos segundos después.
– ¿Irina eres tú? ¿De verdad eres tú?
– Sí, soy yo – dijo con pesar.
– ¿Por qué me estás llamando después de tanto tiempo? Creí que tú...
– Tiene leucemia, Félix – dijo de inmediato interrumpiendo sus palabras, pero otra vez hubo solo silencio del otro lado.
– ¿Cuánto necesitas? – pregunto con frialdad haciendo que de inmediato ella se diera cuenta de que esa llamada había sido una muy mala idea.
– ¿De qué estás hablando? No necesito tu dinero. Solo te llamo para que me apoyes en este momento que nuestro hijo está muy mal.
– Lo lamento, Irina, peor me he casado y ahora tengo una familia. No puedo darme el lujo de arruinar mi vida solo porque me dices esto. Sé que esa enfermedad es grave, pero lo único que puedo ofrecerte es dinero.
– ¿Es en serio? Tan podrido estás por dentro ¿Cómo puedes dormir tranquilo después de lo que me hiciste? ¿No tienes corazón?
– Por favor, Irina, no hablamos de esto aun cuando sabes que no llegaremos a ningún lugar. Solo dime que cantidad de dinero necesitas y a qué cuenta puedo enviarlo. Necesitas de ese dinero para su tratamiento y después no quiero que vuelvas a llamarme.
– Está loco y eres un infeliz, jamás debí llamarte. No me importa tu maldito dinero y ten por seguro que jamás volveré a molestarte.
– Irina, no seas orgullosa, dime...
La llamada llegó a su fin sin esperar a escuchar lo último que él tenía para decirle. Así que con el corazón latiendo con fuerza, sintiéndose más sola que nunca. En ese momento comprendió que no podía contar con Félix ni con nadie más que no fuera Lucas. La única persona en la que podía confiar además de su mejor amigo era ella misma, así que se secó las lágrimas y respiró hondo antes de volver a retomar su camino.
Decidida a hacer lo que fuera necesario por su hijo comenzó a pensar en opciones y ni siquiera volvería a pensar en aquel infeliz una vez más. Sabía que ella sola tenía que encontrar un trabajo más por muy pesado que fuera, aunque eso significara hacer cosas que jamás se imaginó.
Cuando finalmente, encontró un anuncio en una cafetería local en donde buscaba personal, de inmediato aplicó. Aunque el trabajo era duro y las horas largas, ese era un comienzo para ella. Irina se presentó a la entrevista y a pesar de su nerviosismo por no ser escogida, bajo todo pronóstico al final lo logró.
Cada día, después de trabajar corría de inmediato hacia el hospital, para estar con Gail lo que quedaba de día. La fatiga la consumía y eso todos los veían, pero el amor por su hijo le daba la fuerza necesaria para seguir adelante. Irina sabía que el camino sería difícil, pero estaba dispuesta a luchar con todas sus fuerzas sin dejarlo ir. No permitiría que la enfermedad de su hijo la derrotara, como muchos quisieron hacer en el pasado y no lo habían logrado.
Con cada día que pasaba ella se sentía más empoderada y hasta había conocido a muchas personas en ese lugar. Irina Donovan no solo estaba luchando por la salud de Gail, sino también por su propia dignidad y por un futuro en el que ambos pudieran ser felices. La vida les había lanzado desafíos casi imposibles de superar, pero ella estaba decidida a enfrentarlos con valentía y determinación. Nadie más la volvería a humillar, no tampoco sería la mujer inservible que sus padres, principalmente su madre decían que sería. Ella con cada golpe que recibía iba a levantarse y a demostrar que era una guerra.