Pietro parecía cómodo en su papel, como si estuviera acostumbrado a manejarlo todo con precisión y sin margen de error.
—Gracias Agnes. —dijo él una vez que llevaron todo a la mesa, desde tzatziki; pero no cualquier tzatziki. La crema de yogur era tan suave y ligera que parecía una nube. Sobre ella, láminas finas de pepino enrolladas como rosas y gotas diminutas de aceite de oliva que reflejaban la luz como oro líquido. Lo acompañaron con triángulos de pan pita recién horneado, perfumado con hierbas y un toque de ajo. Luego trajeron un dolmadakia, pero estos no eran los simples rollos que recordaba. Las hojas de parra estaban dispuestas como una flor abierta, y en el centro, un pequeño cuenco de porcelana contenía una reducción de limón y miel. Cada bocado era un contraste perfecto entre lo ácido y lo dulce.
El plato principal fue un espectáculo: moussaka, servida en una fuente individual de cobre martillado. Las capas de berenjena, carne especiada y bechamel parecían talladas, tan p