Mateo giró el rostro hacia ella, sin apuro. Una mirada dulce era dirigida hacia Rocío; aquello era como si no quisiera dejar de verla ni un solo minuto.
—Vi a alguien que, a pesar de todo, no se rendía. Pude sentir que estabas rota por dentro, pero seguías ahí, luchando. Y no sé… tal vez me vi un poco en ti.
Rocío tragó saliva, como si sus palabras se hubieran quedado atascadas en el pecho.
—Yo no me sentía fuerte —admitió—. Me sentía… como si todo lo que era se hubiera ido con la muerte de mi bebé. Como si ya no tuviera nada que ofrecer.
—Y ya ves que te equivocaste por completo, porque tienes tanto amor que ofrecer y eso lo he podido ver con Sofía, gracias a ti es que mi sobrina pudo vivir y tener una madre al mismo tiempo. Eres muy fuerte.
Ella bajó la mirada, moviendo levemente la cabeza.
—¿Y si me vuelvo a romper? ¿Si no soy tan fuerte como tú crees?
—Entonces te volveré a ayudar a juntar los pedazos —respondió él sin dudar.
No hubo música. No hubo frases de película. Solo esa de