La luz suave del amanecer se filtraba por las cortinas, envolviendo la habitación en tonos cálidos. El silencio era espeso, como si el mundo aún no se hubiera despertado del todo.
Mateo abrió los ojos lentamente. Aún estaba acostado, en la misma posición de la noche anterior, como si no se hubiera atrevido a moverse. A su lado, Rocío lo observaba en silencio. Ya no dormía. Su expresión era serena… pero había algo más en sus ojos: decisión.
—Buenos días —dijo ella, su voz baja y ronca por el sueño.
Mateo asintió.
—¿Dormiste bien?
—Sí. —Ella hizo una larga pausa—. Gracias por quedarte.
Él iba a responder, pero se detuvo cuando Rocío se inclinó levemente hacia él. Su rostro quedó a unos centímetros del suyo. No fue impulsivo, ni torpe. Fue una decisión consciente. Cuidada.
Sus labios lo tocaron con suavidad, apenas un roce que parecía pedir permiso. Mateo no se movió. Solo cerró los ojos y respiró hondo.
Entonces, ella volvió a besarlo, esta vez con más firmeza, con una mezcla de ansieda