En serio que esto es raro, generalmente los hombres venían con sus esposas o novias. Pero él venía solo.
—Sí, venga por aquí.
Comencé a mostrarle todo lo que se podía necesitar para una recién nacida. Me sorprendía todo lo que iba llevando, ese hombre no tenía ningún asco a la hora de seleccionar lo más costoso que teníamos.
—Necesito una cuna, ¿Tienen?
—Sí, por aquí.
Lo llevé a la sección de muebles y él señaló varias cosas que habíamos tenido desde hace mucho tiempo y que los clientes no se llevaban porque eran muy costosas.
—Le tengo que decir que el transporte corre por su cuenta, no sé si tenga inconvenientes con eso.
—No, no tengo. Sí, tienen a alguien para ir a dejarlo a mi casa, pueden llamarlo.
Le dije a la señorita Cecilia sobre el transporte y fue ella quien hizo la llamada. Ya se había preparado la factura y todo lo que este hombre llevaba, cuando escuchamos un llanto desesperado.
—Demonios, se ha despertado.
El largo suspiro de aquel hombre dejó en evidencia la preocupación tan grande que tenía. Cuando movió la chamarra que cargaba, dejó en evidencia a una bebé recién nacida.
—Ya, pequeña —él la arrulló —, lo siento, no puedo hacer nada por ti.
Al ver a aquella niña, sentí cómo mis sentimientos se agitaban. Él intentó calmarla metiendo su dedo pequeño en la boquita de la pequeña y, aunque eso funcionó inicialmente, no duró demasiado.
—Tiene hambre —le dije y él asintió con gran pesar —. Se nota cansado; si desea, puedo ayudarlo a cargarla en lo que viene el transporte para la cuna y los muebles que lleva.
Él me miró un tanto desconfiado, pero luego accedió y me entregó a la niña. Mis brazos supieron en qué posición ponerse, como si fuera algo natural.
—Hola, cariño.
Los ojos de la pequeña eran idénticos a su padre. Realmente era una niña preciosa y me daban ganas de observarla siempre.
—No llores más, por favor, ¿Qué puedo hacer por ti, mi vida?
Al comenzar a arrullarla y al hablarle, ella me mostró una dulce sonrisa.
—Es la primera vez que sonríe —él se acercó a nosotras —, al parecer le agrada.
—Tiene una hija preciosa —le sonreí con amabilidad mientras contenía las lágrimas —debe sentirse feliz.
—Le agradezco el cumplido y sí me siento feliz, pero ella no es mi hija, es mi sobrina.
—Oh, ya veo.
De la nada sentí como aquella pequeña comenzó a buscar mis pechos mientras la arrullaba. Me sorprendió un poco cuando ella jaló mi sostén y dejó un poco descubierta la areola.
—¡Maldición! —él lanzó su chamarra sobre mi pecho y se dio la vuelta —lo siento mucho, mi sobrina tiene hambre y piensa que usted tiene leche.
—¡Ay!
No sabía cómo la pequeña había hecho, pero ella se encontraba bien pegada a mi pecho. Cuando el cliente me miró, se sorprendió al ver que su sobrina no se movía ni un ápice.
—¿Acaso usted es mamá?
—Algo así, su sobrina está lactando mi leche.
—¡No, eso es malo para ella!
Cuando intenté detenerla, ella comenzó a llorar y su tío la arrebató de mis brazos dejando una sensación de vacío.
—Disculpe si he cruzado algún límite. No tenía idea de que… ¿Qué está haciendo?
Aquel hombre revisaba el pañal de la niña y la miraba fijamente, había cierta sorpresa en su mirada.
—Mi sobrina no tolera ningún tipo de leche, es un milagro que ella esté bien. Por eso es que llora de hambre, no ha comido nada desde que salió del hospital.
Mi corazón se hizo pequeño al escuchar a aquel hombre. La bebé me miraba como si suplicara que le diera la leche que había en mis pechos.
—Permítame a su sobrina —extendí mis brazos —si ella quiere leche, eso es lo que va a tener.
Me fui con la bebé al baño, ahí limpié bien mis pechos y la puse primero en uno. El dolor era grande, pero lo toleraba porque era por un bien mayor.
—Madre mía —sentí mis pechos más livianos —en serio que tenías hambre.
Le saqué los gases a aquella niña y luego me arreglé para salir. Ella dormía plácidamente, así que al final todo era hambre.
—Señor, aquí tiene a su bebé.
Cuando se la entregué, él me miró con gran agradecimiento. Pude ver qué me iba a hablar, pero se quedó a medias en el momento en que llegó el transporte de sus muebles.
—Hola Rocío ¿Cómo has estado?
—Hola, todo bien —me mostré neutral —el señor va a llevar unos muebles a su casa, así que arregla con él el precio.
Me aparte de Luis, él desde hace tiempo me andaba pretendiendo, pero la realidad era que no me interesaba en absoluto. Suficiente tuve con el idiota de Austin para venir a complicarme más la vida.
Revisaba con la señorita Cecilia las compras que el cliente llevaba y al final le dimos el total de la cuenta.
—Claro, enseguida pago.
Aquel hombre sacó un fajo de billetes que nos dejó a todos con la boca abierta. Él pagó toda la cuenta y en el momento que Luis le dio el precio por el transporte supe que se estaba aprovechando.
—Está bien —el cliente iba a pagar, pero yo lo detuve —¿Sucede algo?
—Con usted no hay problema —miré a Luis —¿Es en serio? No puedo creer que seas tan sinvergüenza al cobrar semejante cantidad.
—Ese es el precio del viaje, además no vengas a protestar que eso no sale de tu bolsillo.
—Pero no es lo correcto.
—Luis —la señorita Cecilia habló —si te atreves a cobrarle eso al cliente, ten por seguro que no vamos a volver a llamarte para otros viajes.
Esas palabras fueron suficientes para que Luis le cobrará lo que era. Al final él se fue con todas las cosas y me quedé con aquel cliente, le hicimos entrega de sus cosas y me encargué de subirlas todas a su coche.
—Muchas gracias por su compra, espero que todo salga bien con su hermana y su sobrina.
—Espera un momento —él me detuvo —te quiero dar esto, es por todo lo que hiciste por nosotros.
Me dejó una fuerte cantidad de dinero como propina, al ver semejante fajo intenté regresarlo, no obstante él se apresuró a irse como si supiera lo que iba a hacer.
—No puede ser, estás cosas no pasan aquí —miré el dinero —en este sitio los clientes generalmente piden descuento sobre el descuento.
Entré a la tienda aun con el fajo de dinero en mis manos. Simplemente no podía creer que tenía tanto efectivo en esta pequeña mano.
—¿Qué sucede? —la señorita Cecilia se acercó a mí—¿Estás bien?
—Ese hombre… él me dió esto como propina.
Cuando la señorita Cecilia miró el dinero en mi mano, se quedó igual de boquiabierta que yo. Comenzamos a contarlo y habían aproximadamente 5 mil dólares.
—¡Debes guardar ese dinero! Puedes invitarme a comer —ella alzó las cejas traviesa —tengo ganas de comida mexicana.
—¿Será lo correcto? Yo quiero devolverle el dinero a ese señor, le puedo pedir a Luis la dirección donde dejó los muebles e ir a dejarle esto.
—¡Ni se te ocurra! Le has ayudado a ese hombre con tu leche materna, así que toma ese dinero y úsalo. Pero no te olvides de mi comida mexicana.
Lo pensé detenidamente y al final accedí a quedarme con el dinero que ese hombre me había dejado, tenía un presentimiento que debía hacerlo.
—Por cierto, dice mi mamá que cerremos la tienda. Al final ese hombre hizo la venta del día y dudo mucho que tengamos más clientes cómo ese sujeto.
Cuando las luces de la tienda se apagaron fue que nos apresuramos a irnos. Subí al carro de la señorita Cecilia y sacudí mi cabello que estaba algo mojado.
—Bueno, vamos a comer comida mexicana.
—Espere un momento que tengo una mejor idea. ¡Vamos al spa!
Cuando entramos al spa, estaba vacío. Las empleadas nos atendieron y comenzamos en el sauna.
—¿Viste a ese hombre? —la señorita Cecilia se viro en mi dirección y sonrió con picardía —Dios, en serio que el mundo necesita más hombres así.
—Esas hormonas, Cecilia, esas hormonas.
—No puedo hacer nada con ellas, he estado sin nada de acción desde hace mucho tiempo. Hasta siento que mi virginidad está volviendo a mí.
—¡Dios! Es demasiada información. Vaya y compré un vibrador, así se pueden quitar las ganas.
—No es lo mismo, ya tengo uno y créeme que no lo es. Lo que quiero es que me amasen como el panadero amasa la masa para hacer pan —ella mordió sus labios y deslizó sus manos —y ese cliente que llegó hoy es el ideal que yo tengo para que lo haga. ¿Viste sus manos? Muy amplias y con unas venas que surcaban por todo lo largo, me pregunto si ahí abajo será igual.
—¡Señorita Cecilia! —me puse roja y no era por el sauna —en serio que usted saca unos temas de conversación demasiado… bochornosos.
—Por favor Rocío si tú tienes leche materna en tus pechos es porque saliste embarazada y por ende tuviste relaciones, ¿Qué es lo que paso con tu bebé? Porque hasta donde tengo entendido solamente eres tú y nadie más, a no ser que ocultaras la información por temor a perder la oportunidad de empleo, cosa que creo absurda…
Antes no había hablado de mi pasado con la señorita Cecilia porque no existía la confianza, pero eso se acabó después de todo este tiempo trabajando para su mamá y para su familia por ende. Fue en ese momento que le conté detalladamente lo que había sucedido.
—Rocío, no tenía idea —ella me miró con compasión —lamento mucho lo que pasaste. Al menos ahora tienes un nuevo comienzo.
—Sí, y quiero dejar el pasado en el pasado. Al final nada gano con seguir cargando esta piedra pesada, lo bueno que me acoplé a vivir en la capital.
Al final salimos del spa y cada una se fue a su respectiva casa, debido al tiempo de relax que pasé en el spa, terminé por quedarme profundamente dormida.
—¡Dios! Es tarde.
El clima había amanecido mucho mejor, en definitiva hoy si tendríamos clientes y que Dios me ayudara porque probablemente llegaban las mujeres con sus pequeños chuckys.
—Bueno, paciencia cariño paciencia.
Me terapee antes de irme al trabajo, al llegar a la tienda me encontré con la señorita Cecilia que en definitiva tenía otro semblante.
—Buenos días, Cecilia.
—Buenos días, Rocío, ¿Lista?
Asentí y luego de cumplir con el aseo de la tienda, comenzaron a llegar los clientes. En su mayoría eran mujeres con sus niños, habían unos que se comportaban y habían otros que daban ganas de mandarlos a El Vaticano para que les sacaran el chamuco que tenían metido en lo más profundo de sus entrañas.
—Que día —me senté en la silla que estaba a la par de la señorita Cecilia —en serio que no entiendo a esas mujeres con su falta de carácter para meter en cintura a sus chuckys.
—Ojalá que tuviéramos más clientes como el señor comible de ayer, no jodio en absoluto y llevó una gran cantidad de mercadería.
—Por más clientes así.
—¿Sabes? No te quitaba los ojos de encima, bueno, es difícil ignorar a una mujer que está mostrando la mitad de su areola.
—Ni me lo recuerde —sentí como mi cara ardía —espero que esa criatura se encuentre bien.
Estuvimos un rato tranquilas y después comenzaron a llegar las madres con sus hijos, cuando miré a uno de los niños detrás de la vitrina, le dije a su madre para que lo llamara.
—Mi hijo no está haciendo nada malo, así que deja el drama y busca como atenderme que para eso te pagan. ¡Mi dinero es el que te da de tragar!
Era la primera vez que escuchaba esa frase, en fin, no había mucho que hacer. Solo pude sonreír y seguir atendiendo a la mujer, al final si su chucky jodía algo, ella lo iba a tener que pagar.
—Puede pagar en caja —tomé la mercadería —no sé si se le ofrece algo más.
Ella no dijo nada y caminó de manera soberbia a la caja. Estaba acomodando una mercadería cuando en mi cabeza sentí un golpe muy fuerte, al volver a ver miré a ese niño mientras reía; al lado tenía una pelota que todavía rebotaba.
—¡Rocío!
Escuché la voz de la señorita Cecilia, pero no pude reaccionar, finalmente sentí como me iba a caer, pero algo me sostuvo fuertemente y sentí cierta suavidad mezclada con dureza.
—Señorita —una voz familiar me habló —¿Está bien?
Una vez que el mareo me pasó, miré al cliente que había venido ayer. Él me sostenía con un solo brazo y había cierta preocupación en su mirada.—¿Se encuentra bien? —él me sentó en una silla y se puso de cuclillas frente a mí —la miro un tanto mal, si desea, podemos ir al hospital.—No, detesto los hospitales.—Bueno, tenemos algo en común.La sonrisa de aquel hombre parecía ser sacada de un maldito anuncio de pasta dental, incluso la madre del Chucky que me agredió estaba babeando.—Señora, su hijo me ha pegado muy fuerte en la cabeza. En serio que no puedo entender cómo es que lo trae aquí si sabe que es un niño inquieto.—Él solo quería jugar y tú te atravesaste en su camino. Mi hijo es un ser lleno de amor y bondad.Tenía ganas de ahorcar a esa mujer con mis propias manos; los culpables son los padres por ser tan permisivos y no esas criaturas.—Al menos dígale que me ofrezca disculpas, el golpe fue muy fuerte y todavía la cabeza me está dando vueltas. Es lo mínimo que él podría h
Cuando me dio la cantidad de dinero escrita en un papel, me quedé petrificada. Eso era más dinero del que ganaba en la tienda en todo el año.—Lo único que pido es que seas aseada y no me niegues la leche porque mi sobrina la necesita.—Escuche, eso es mucho dinero —alcé mi mirada —. La tienda va a cerrar dentro de poco, así que me quedaré sin trabajo.—¡Entonces vente a vivir conmigo!Cuando él miró mi cara de sorpresa por semejante propuesta, sacudió su cabeza de un lado hacia el otro. —Lo siento, al parecer no estoy coordinando del todo bien mis palabras. Lo que quiero es que te mudes a mi casa para que así mi sobrina tenga la oportunidad de comer cuantas veces desee.—No lo sé, tengo mi casa y me gusta tener mi espacio. Solo si es demasiado necesario es que me iría, de igual manera tengo que terminar de trabajar aquí para poder acceder a lo que me pide.—¿Y qué vamos a hacer mientras tanto?—Lo que se ha venido haciendo desde ayer, puede traer a la niña y la voy a amamantar.Al f
La desesperación se apoderó de mi cuerpo al ver esto. Salí corriendo rápidamente mientras veía las cenizas de mi difunta hija estar desperdigadas por toda la sala.—Mi amor, ya mami, está aquí —comencé a llorar y secaba las lágrimas con el dorso de mi mano —. Te prometo que recogeré hasta el último gramo de tus cenizas.Con desesperación comencé a meter las cenizas directamente en la urna donde estaban, ya que la bolsa en donde las conservaba había sido abierta por un cuchillo. No entendía cómo era que esto había pasado, solo una mente retorcida sería capaz de hacer tal cosa.—Rocío —el señor Mateo se acercó a mí —. ¿Qué significa esto? ¿De quién son esas cenizas?—Son de mi bebé —respondí con desesperación mientras seguía poniendo las cenizas en la urna —. Ella murió en mi vientre cuando tenía solo ocho meses de embarazo, no pude protegerla.—¿Protegerla de qué?No quería decir nada, lo más probable era que si le decía la verdad, no me iba a dar el trabajo y realmente lo necesitaba e
El señor Mateo me llevó a mi habitación; esta era enorme. No esperaba menos, puesto que la mansión gritaba lujo por todos lados.—Bien, espero que te guste. En caso de que no sea así, me dices para así buscar otra recámara.—Claro que me gusta, mejor dicho, me encanta.—Es bueno saberlo, bien, te dejo que te acomodes. Mi habitación es la siguiente, la que está de frente y al final del pasillo.Saber que me encontraba cerca de la habitación del señor Mateo era algo que me ponía nerviosa. Era un hombre muy apuesto que tenía dicha habilidad.—Se lo agradezco, espero que descanse.A pesar de que tenía todas las comodidades para dormir profundamente, simplemente no podía conciliar el sueño y me limitaba a ver por la ventana.—Dios, pensar que estás en algún rincón de la capital, es algo que me pone demasiado nerviosa —dije mientras miraba la ciudad desde la ventana de mi cuarto. —¿Por qué has tenido que salir libre, Austin? Tú ni siquiera tienes perdón de Dios por haber matado a tu hija.C
Cuando le dije esto al señor Mateo, sus ojos se abrieron y mostraron una profunda desesperación. Se acercó a Sofía, que estaba pálida y que parecía haber abandonado este mundo.—No, tú no me puedes abandonar, Sofía. Sabía bien lo que era despedirse de un bebé. Estos seres no deben partir tan pronto, así que debía hacer algo para evitar que ella se fuera antes de tiempo.—Deme a la niña —la tomé de sus brazos —, necesito llevarla a la casa.Salí corriendo con ella, fui al botiquín que estaba en su cuarto y ahí pude encontrar una pera de succión. Rápidamente, lo utilicé mientras la ponía de lado, logré sacar una cantidad de vómito increíble. Al momento de succionar la nariz, la niña lanzó un llanto que eliminó la tensión del cuarto.—Eso es, mi vida —miré cómo el color estaba regresando a sus mejillas —. Gracias por quedarte aquí, con nosotros.Las lágrimas del señor Mateo dejaron en evidencia lo mucho que quería a su sobrina, cuando la puse en sus brazos fue que lanzó un profundo susp
—¿Aló? —contesté al ver el número desconocido parpadeando en la pantalla—. ¿Quién habla?—¿Hablo con el señor Mateo Montessori? —preguntó una voz femenina, suave pero cargada de urgencia.—Sí, él habla. ¿Quién es usted?—Señor Montessori, le llamamos del Hospital Central. Es urgente que venga de inmediato. Su hermana… ella está aquí. ¿En cuánto tiempo puede llegar?Me puse de pie con brusquedad, ya tomando el saco del respaldo de mi silla.—Estaré allí en media hora. ¿Tienen helipuerto? Supongo que sí.—Sí, lo tenemos. Por favor, venga lo antes posible.Corté la llamada y salí de la oficina como un rayo.—¡Marta! —le grité a mi asistente mientras caminaba hacia el ascensor—. Prepara el helicóptero. ¡Ahora!Era la única forma de acortar lo que por carretera serían más de tres horas. No podía permitirme perder ni un minuto. El zumbido de las hélices cortó el cielo. El helicóptero se alzó como un ave metálica, y el viento me azotó el rostro, pero nada podía aplacar la tormenta dentro de
Perspectiva de Rocío.—¡Eres una estúpida!La bofetada me azotó con tal fuerza que mi vientre, ya crecido, se estrelló contra la esquina del comedor. Un dolor agudo me atravesó el cuerpo. La visión se me nubló. Extendí una mano temblorosa, buscando a ciegas algo a lo que aferrarme para no caer.—Austin… me duele. Por favor, llévame al hospital —suplicaba entre jadeos.—¡Suéltame! —gruñó, empujándome sin contemplaciones.Caí al suelo como un peso muerto. Me quedé allí, doblada, con los brazos protegiendo mi vientre, mientras él continuaba escupiendo su veneno.—Deja de hacerte la víctima. No sirves para nada. Mi madre tenía razón: meterme contigo fue una maldita estupidez. Y ni siquiera estoy seguro de que ese bastardo sea mío. Eres una zorra.—Te juro… —Mi voz se quebraba, mi alma también—. Te juro, por la memoria de mi madre, que este bebé es tuyo. Solo… por favor, llévame al hospital.Austin bufó con desprecio.—No voy a perder mi tiempo contigo. Tengo que trabajar. Alguien tiene qu
Austin no respondió de inmediato. Sus ojos se clavaron en el rostro de su subordinado con una fijeza que erizaba la piel. En ese silencio, cargado de una tensión eléctrica, el hombre empezó a sudar. La humedad de la celda se volvió insufrible. Un zumbido leve, como el de un enjambre invisible, llenó el aire.Y entonces, Austin explotó.—¡¿QUÉ DIJISTE?! —rugió, lanzándose contra las rejas con una fuerza animal que hizo retumbar los barrotes.El impacto resonó como un latigazo en la piedra. El subordinado dio un salto hacia atrás, tropezando con el banco del pasillo, pero no se atrevió a huir. Sabía que eso solo lo pondría en peor situación.—¿¡Cómo carajos permitiste que eso pasara!? ¡Te di una orden clara! ¡Te dije que no podía haber cabos sueltos!Austin apretó los puños contra las rejas, los nudillos blancos, los ojos desorbitados, la saliva, escapando de sus labios por la furia descontrolada. Parecía más una bestia acorralada que un hombre. Golpeó los barrotes una y otra vez, hasta