3: Amenazas pesadas

Austin no respondió de inmediato. Sus ojos se clavaron en el rostro de su subordinado con una fijeza que erizaba la piel. En ese silencio, cargado de una tensión eléctrica, el hombre empezó a sudar. La humedad de la celda se volvió insufrible. Un zumbido leve, como el de un enjambre invisible, llenó el aire.

Y entonces, Austin explotó.

—¡¿QUÉ DIJISTE?! —rugió, lanzándose contra las rejas con una fuerza animal que hizo retumbar los barrotes.

El impacto resonó como un latigazo en la piedra. El subordinado dio un salto hacia atrás, tropezando con el banco del pasillo, pero no se atrevió a huir. Sabía que eso solo lo pondría en peor situación.

—¿¡Cómo carajos permitiste que eso pasara!? ¡Te di una orden clara! ¡Te dije que no podía haber cabos sueltos!

Austin apretó los puños contra las rejas, los nudillos blancos, los ojos desorbitados, la saliva, escapando de sus labios por la furia descontrolada. Parecía más una bestia acorralada que un hombre. Golpeó los barrotes una y otra vez, hasta que la astilla que tenía entre los dedos se le incrustó en la palma y la sangre comenzó a gotear, fina y roja, sobre el piso de concreto.

—¡Si ese cabrón mete las manos en esto, todo se viene abajo! —escupió con rabia—. ¡Y si eso pasa, tú serás el primero en pagar!

El otro hombre tragó saliva de nuevo. Su rostro estaba lívido.

—Señor Powell, por favor… estamos haciendo lo que podemos. Sofía está sedada, la niña aún no puede hablar bien. El tío… tal vez no sepa la conexión con usted.

Austin se rió. Pero no era una risa humana. Era hueca. Inestable. Cargada de un veneno que solo él parecía comprender.

—¿Tal vez? ¿“Tal vez”? ¿Esa es la basura que me vienes a decir? —susurró, con una calma súbita que fue peor que sus gritos.

Entonces, como una víbora, metió el brazo entre los barrotes y lo sujetó del cuello del abrigo, tirando de él hasta pegarlo a las rejas. El subordinado jadeó, atrapado, sin posibilidad de zafarse.

—Escúchame bien, imbécil —le siseó al oído—. Si esa niña no está en mis manos en menos de una semana, voy a arrancarte los ojos yo mismo con una cuchara oxidada. Y después, haré que tus hijos —si tienes— se conviertan en moneda de cambio.

Lo soltó de golpe. El hombre cayó de rodillas, jadeando, con el rostro pálido y las manos temblando.

Austin dio un paso atrás, respirando hondo, como si su propio estallido lo hubiera purgado.

—Ahora lárgate —ordenó con voz seca, agitada—. Y haz tu maldito trabajo.

El subordinado se puso de pie como pudo y desapareció en la oscuridad del pasillo, sin atreverse a mirar atrás.

Austin se dejó caer otra vez sobre el banco. Sus manos sangraban. Pero no le importaba. No le dolía.

Solo pensaba en una cosa: recuperar el control. A cualquier precio.

Perspectiva de Mateo.

Aquella mujer quedó inconsciente entre mis brazos. Al ver su rostro miré que este se encontraba muy inflamado y debajo de sus ojos se notaba que había llorado por mucho tiempo. La fui a colocar en el asiento de mi coche y puse el cinturón de seguridad con cierto cuidado.

—¿Qué le ha sucedido para que quiera cometer esta locura? —Aparté unos mechones de cabello —ahora se encuentra a salvo.

La miré más detenidamente, ¡Claro! Es la mujer que perdió a su bebé, aquella que gritaba llena de dolor y desesperación al ver que su vientre ya se encontraba plano.

Tenía la intención de llevarla al hotel, ahí buscaría a un doctor que la revisara para ver si no tenía algún daño físico porque emocional evidentemente lo tenía.

Pero esos planes se vieron frustrados, una sola llamada fue capaz de que mandara al demonio todo lo que había planificado.

—¿Qué sucede, doctor?

“Señor Montessori, ya tenemos todo lo necesario para trasladar a su sobrina a la capital. Por favor venga a la brevedad para que firme todos los papeles.”

—Está bien, voy enseguida.

—Lo siento, pero mi sobrina me necesita.

Pensé en una solución rápida, porque no podía dejarla sola en medio de la nada, al final lo único viable fue llamar a la policía que se presentó en poco tiempo, incluso me sorprendí al ver a un alto mando llegar. 

—Esta mujer se encontraba a punto de tirarse del puente, creo que deberían llevarla a un hospital para que le hagan una revisión.

—No se preocupe que nosotros nos vamos a ocupar de ella, puede irse.

El oficial de policía sacó a aquella mujer de mi carro, la cargó con cuidado y simplemente se fue. Al final yo hice lo mismo y manejé en dirección al hospital para firmar los dichosos documentos.

—El cuerpo de su hermana fue trasladado a la capital tal como lo pidió, la funeraria se hizo cargo de todo.

—Está bien, director —dije mientras firmaba los papeles —le agradezco por su apoyo en medio de todo esto, sinceramente espero no volver a verlo o en caso de que esto suceda pues sea en otras condiciones.

Me marché del hospital y mi helicóptero fue siguiendo al que llevaba a mi sobrina a uno de los mejores hospitales del país.

Perspectiva de Rocío.

Me desperté, lo primero que vi fue el techo blanco, escuché un pitido calmo y sentí algo corriendo por mis venas.

—¿En dónde me encuentro?

Cuando miré a mi alrededor, me di cuenta de que estaba en el hospital. Fue en ese momento en que recordé todo, aquel hombre me había salvado de suicidarme.

—Ni siquiera para eso soy buena —llevé mis manos a mi cabeza —Austin tenía razón al decir que soy una inútil.

No solo no pude proteger a mi bebé, sino que también fracasé en el momento en quitarme la vida. Vaya, no puede existir un ser humano más patético que yo.

—Rocío —el oficial que me ayudó antes, entró al cuarto —vaya que por poco no la cuentas. Si ese hombre no te hubiera salvado…

—Si ese hombre no me hubiera salvado, en estos momentos estaría con mi bebé y mis padres. 

—No debes de pensar de esa manera, entiendo que estás pasando por un momento demasiado difícil, pero créeme que siempre hay una salida. Deberías buscar ayuda psicológica una vez que te alejes de este lugar.

—No quiero, lo que más deseo es estar con mi bebé y con mis padres. Pero incluso para eso soy una buena para nada.

—¿Y qué te garantiza que vas a reunirte con tus padres y tu bebé si es que mueres? Nadie sabe lo que nos espera al otro lado —él tomó una bolsa y de ahí sacó la urna con las cenizas de mi bebé —aquí tienes a tu hija, aférrate a ella y al hecho de que probablemente te quiera con vida.

Tomé aquella pequeña urna de cenizas y la pegué a mi pecho, la comencé a arrullar. Pensé por un momento en que el dolor me iba a volver loca, me quería aferrar a algo que me permitiera vivir, pero simplemente no tenía nada que me atara aquí.

—No sé qué hacer con mi vida, en serio que no puedo.

—Poco a poco todo se va a ir acomodando, por el momento le he pedido a una amiga que venga a hablar contigo. Quizás ella pueda ser de ayuda para ti.

Una mujer muy amable entró a mi cuarto, ahí comenzamos a conversar y le hice ver todo lo que estaba pensando en esos momentos. Pensé que me iba a juzgar o a burlarse de mí, pero la realidad fue todo lo contrario.

—Te tienes a ti, aférrate a ti y a nadie más. Escucha, Rocío, nadie viene al mundo acompañado y si lo hace ten por seguro que con el pasar del tiempo esa otra persona va a hacer su vida; lo más seguro es tu propia compañía. Ni los padres, ni los hijos y en algunas ocasiones ni las parejas se quedan para siempre a tu lado, al final del día solo te tienes a ti misma y créeme que eso es suficiente.

—Pero mi bebé, tuve culpa en su muerte.

—Claro que no, tú no puedes influir en las decisiones de los demás, recuerda eso. Lo que pasó con tu bebé fue una tragedia muy grande que te va a marcar de por vida, pero no es tu culpa, entiende eso.

—Si lo hubiera denunciado antes, esto no estaría pasando.

—No hay peor palabra que él hubiera, las cosas pasaron como tenían que pasar y ten por seguro que en algún momento de tu vida vas a saber el motivo, aunque en estos momentos lo creas difícil. Ahora por favor deja de culparte y de flagelarte a ti misma por algo que no es tu culpa.

—Fácil es decirlo, usted no ha tenido una pérdida como la mía, me duele incluso respirar. No entiendo porque mi bebé se fue, debí ser yo la que muriera y no ella.

—Pero las cosas pasaron como tenían que pasar, piensa en que tu bebé está siendo cuidada por tus padres. Piensa en todo lo que esa criatura pudo haber padecido en hogares sustitutos, o quizás con parejas que con el tiempo iban a tener otros bebés propios y al final la iban a hacer a un lado porque no llevaba su sangre.

Entendía el punto de la doctora y aunque no era la mejor manera de decir las cosas, sabía bien que ella solo me intentaba ayudar de cierta manera.

—Rocío —el oficial entró al cuarto —tienes que irte cuanto antes, no puedes regresar a este sitio. Así que por favor toma las cenizas de tu hija y vete del pueblo. El juicio en contra de Austin Powell va a dar inicio y no quiero que tú corras algún peligro, trataré de detenerlo lo más que se pueda, pero sabes bien que es demasiado complicado hacerlo. Ese tipo tiene conexiones por todos lados, y no tengo tanto poder como para aplastarlo de una vez.

—Entiendo —miré a la doctora —prometo luchar por vivir.

Fue de esta manera que me marché del pueblo que me había visto crecer. No iba a volver, al menos eso era lo que podía decir en ese instante; con el tiempo aprendí que los planes en el camino podían cambiar, que nada estaba escrito en piedra o con sangre.

Tiempo después 

Moví la cortina negra de mi cuarto y miré el clima, estaba lloviendo a cántaros.

—Demonios —lancé un largo suspiro seguido de un bostezo —y tengo que ir a trabajar.

Trabajaba en una tienda para niños, generalmente cuando el clima era así. Las ventas no eran las mejores precisamente. Además, en estos últimos días todo estaba más que muerto, incluso creo que había más vida en un cementerio que en el local.

—Quiero mimir —me cubrí con la sábana —no, hay que trabajar. No puedo ponerme de perezosa.

Me levanté de mi cama y fui al baño, al verme en el espejo suspiré pesadamente al mirar las dos manchas que había en mi blusa.

—¿Hasta cuándo estaré con esta pesadilla?

Después de mi aborto, comencé a producir leche y así había sido durante un buen tiempo. Estaba segura de que esto era un cruel recordatorio de que no había podido proteger a mi bebé de las garras del maldito de su padre.

Sequé mi rostro y el sonido de mi celular me sacó de mis pensamientos obsesivos y tristes. Miré que se trataba de la hija de mi jefa, así que abrí el mensaje a la brevedad.

“Buenos días. Estoy hablando con mi mamá, que si sigue esta lluvia se abre directamente por la tarde. Quédate atenta por si dice que sí. Y si está lloviendo a las 9 no se abre hasta que deje de llover.”

“Buenos días. Está bien, porque está bien feo el clima.”

Al final recibí la orden de que se iba a abrir, por lo que no tuve más opción que prepararme para trabajar. No me molestaba hacerlo, era mejor eso que quedarme encerrada en estas cuatro paredes pensando en las cosas que perdí y llorando por la muerte de mi bebé.

El claxon del coche de la hija de mi jefa me hizo salir de mi casa. Subí al carro y luego de saludarla nos fuimos por aquellas calles desiertas y con una niebla algo espesa.

—Amo este clima —la hija de mi jefa sonrió con alegría.

—Sí, a mí también me gusta. Pero el detalle es que no llegan clientes a la tienda.

Hoy en definitiva no tendríamos clientes, solo un milagro iba a hacer que alguien llegara con esta lluvia que parecía que el cielo se iba a caer.

Luego de abrir la tienda y de limpiar, me puse a hablar con la señorita Cecilia. Estábamos por preparar chocolate caliente cuando escuchamos la campana de la puerta.

—¿Clientes?

Al mirar a la entrada, vi a un hombre alto, como de 1.90, cabello negro y con ropa casual que le quedaba a la perfección y una chaqueta que cubría su lado derecho. Se podía ver su físico bien definido debajo de aquella tela que parecía rasgarse por la presión que ejercían sus músculos sobre ella. 

¿Por qué él me era tan familiar?

—¿Alguien me puede atender? —Su tono era tranquilo, pero tenía una voz ronca que me erizaba la piel y un poco más que eso.

—Si claro —di un paso adelante y sonreí algo nerviosa —buenos días, ¿Qué buscaba?

—Necesito ropa para recién nacida y todo lo que una bebé puede necesitar…

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