68. EL HOTEL DE LA FAMILIA
VICTORIA:
Me quedé mirándolo incrédula, sintiendo cómo su mano, firme y segura, me arrastraba hacia lo inevitable. Ricardo no acostumbraba a improvisar, y su expresión ahora era peligrosa y llena de determinación. Traté de liberar mi brazo, pero el elevador ya había descendido al primer piso y su fuerza me llevaba directo a la salida del edificio.
—¡Ricardo, para! —exigí, pero no lo detuvo. —¿Qué diablos te sucede?
Al salir, me condujo hasta su auto, un modelo oscuro y elegante que siempre había detestado por lo imponente que parecía. Abrió la puerta del copiloto sin soltar mi brazo, obligándome a entrar antes de que tuviera siquiera una posibilidad de pensarlo dos veces.
—¿Qué es lo que quieres? —pregunté, irritada, mientras él cerraba mi puerta y rápidamente rodeaba el auto para entrar del lado del conductor. —Te dije que no quiero ir, tengo cosas mías que resolver.
—Estas son cosas tuyas, no mías. Quiero que estés conmigo —respondió mientras arrancaba el auto, sus ojos fijo