51. NEGOCIANDO

VICTORIA:

El ruido insistente del aire acondicionado llena el silencio del despacho. Mis uñas golpean ligeramente la superficie del escritorio mientras la furia se apodera de mí. La forma en que Ricardo maneja las cosas se siente profundamente personal; cada movimiento suyo es calculado para recordarme que, aunque lleve mi apellido, ya no soy dueña de nada, ni siquiera de mi propia decisión.

Bajo al estacionamiento a regañadientes, mi mirada clavada en el suelo como si las baldosas fueran el único refugio de mi rabia. Allí está Ricardo, apoyado contra su coche negro, fumando como si fuera el rey del mundo. Al verme, apagó su cigarro y esbozó una media sonrisa que solo logra irritarme aún más.

—Sube —dice con desdén, abriendo la puerta del copiloto.

—Puedo ir en mi coche —respondo a cambio, aunque sé que es una estupidez. Siempre tengo la necesidad de oponerme a todo lo que me ordena.

—No estamos para caprichos, Victoria. Sube —insiste, controlando un tono autoritario que, en o
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