31. ESCUCHANDO A RICARDO

VICTORIA:

La pantalla frente a mí parecía un espejo, reflejando cada emoción que trataba de esconder. Ricardo estaba allí, rodeado por los tiburones que no dejaban de acechar. Pero se mantenía firme, confiado. Completamente seguro de lo que hacía, mientras yo, desde el apartamento, me hundía más en el sofá, sintiendo cómo la tensión me envolvía.  

Llevaba un auricular, lo cual debía ser mi forma de controlar la situación. ¿Control?, pensé. Qué palabra tan irónica en este momento. Había perdido ese control hace tiempo, y mi única esperanza era que Ricardo siguiera mis instrucciones y cerrara el tema antes de que se convirtiera en un desastre irreparable.  

—Ricardo… —susurré, casi implorante—. Por favor, detente. Sal de ahí. No tienes que decir más.  

Él, si
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