RICARDO:

La escena frente a mí parecía congelada en el tiempo, como si el universo quisiera detenerse para regalarme una revelación que ni mi mente ni mi corazón estaban listos para procesar. Todos estaban muertos; me conmovió ver a Javier muerto abrazado a Alberto. Era un gesto tan íntimo que describía lo que había sido su vida, un amor único y para siempre.

—No puede ser... —susurré, apenas audiblemente.

Bajé la cabeza ante la desgarradora visión de los dos únicos familiares que tenía Victoria. Sería desgarrador cuando lo supiera. La inversión de roles, de traiciones, estaba ante mis ojos: Javier había sido el amor de Alberto Montenegro toda su vida y viceversa.

—¿Reconoce a esos dos? —me despertó la voz del policía a mi lado.

—Sí, es el abogado Alberto Montenegro, y el que lo abraza era su asistente y también abogado, Javier —contesté, tratando de que mi explicación quitara el desprecio de los ojos de los que miraban a dos hombres abrazados.

—Vaya, ahora entendemos su pos