Le supliqué a David que hablara en bien de mí. Pero su respuesta me dejó desconcertada, dijo que no iba a defender a una niña malcriada.
—Tú me odias. No pienso sacrificarme por ti.
Dijo con unas palabras tan frías como el hielo e hirientes como una daga.
Le ofrecí dinero a cambio de su silencio. Se rio, dijo que no estaba a la venta.
—Pide lo que quieras, estoy dispuesta a todo con tal de que mi padre no me lleve de regreso.
Supliqué, casi poniéndome de rodillas.
—¿A todo? ¿Estás segura?
Cuestionó alzando una ceja.
Quise retractarme en ese momento porque pensé que pediría algo indebido. Pero era peor a que mi padre se sintiera avergonzado de mí.
—Pide lo que sea— cerré los ojos un segundo. —Con tal de que niegues cualquier detalle frente a mi padre, estoy disponible para lo que desees.
—Por un mes, quiero que prepares el desayuno y la cena para mí. Eso será un buen ahorro para mi bolsillo.
—¡Qué!
Exclamé, pues, yo esperaba otra cosa.
—¿Qué se te cruzó por esa cabeza hueca?
Preguntó c