—Gracias, Royal. Gracias de verdad —murmuró Katherine con un alivio que se reflejaba en sus ojos.
Subieron juntos hasta la habitación, observando que el hotel era un edificio grande y elegante. Al llegar al cuarto, notaron que la estancia era espaciosa, decorada con un gusto refinado. Había una cama grande cubierta con sábanas blancas, un sofá amplio cerca de la ventana y, en una esquina, una pequeña cocineta equipada con lo básico. La luz cálida del techo creaba un ambiente acogedor, aunque Royal no podía ignorar la sensación de incomodidad que lo invadía.
—Es un lugar bonito —comentó Katherine mientras cerraba la puerta detrás de ellos—. Aunque, claro, no es lo que solíamos frecuentar...
Royal no respondió. Caminó hasta el sofá y se dejó caer con un suspiro. Sabía que no debería estar ahí, pero ahora que había accedido, no quedaba más que esperar.
—¿Te gustaría tomar algo? —preguntó Katherine, dirigiéndose a la cocineta—. Un té, un café...
—No quiero nada —aseveró Royal sin vacilar.