Elizabeth salió del coche y arrastró los pies hasta la casa.
Ya no miraba el teléfono, pero tenía la imagen de su esposo en esa cama grabada en la retina.
—¿Cómo pudieron ir y venir tan rápido? —preguntó Diana apenas la vio cruzar la puerta, pero al percatarse de su expresión se acercó a abrazarla—. ¿Qué ocurrió?
—Que Roger se dio un golpe en la cabeza y quedó más imbécil de lo que ya es —se apresuró a decir Alexander.
Había entrado detrás de ella y ni cuenta se había dado.
—Iré a cambiarme, no quiero seguir con esta ropa.
Elizabeth se deshizo del abrazo porque hasta la cercanía de Diana la ponía peor en ese momento.
Se apresuró a encerrarse en la habitación y cerró la puerta tras ella.
Todo estaba igual a cómo lo habían dejado horas atrás.
Todavía podía ver a Roger ahí diciéndole lo bien que le quedaba el vestido y cómo tuvo que quitarle las manos de encima porque no iban a llegar a tiempo.
¿Cómo podía fingir tan bien?
Su mente no dejaba de recopilar los recuerdos de todo ese día, de