—¿Qué vas a querer? —gruñó Alexander cada vez más malhumorado y sin poder disimular lo incómodo que se sentía con aquella situación.
Roger no es que se sintiera mejor.
El plan «seducir a la pulga» no estaba yendo como ellos querían.
Pensó que el hombrecillo iba a ser más fácil, pero ya habían perdido toda la mañana y ese engendro del demonio no había soltado nada que sirviera.
—Me gustaría mucho comer un helado, con chispas de chocolate —comentó Bastian como si no lo hubieran llevado a desayunar y no se hubiera tragado la mitad de lo que ofrecían en la carta.
—Ir a comer un helado puede ser un buen plan para tres amigos que quieren sentarse a charlar con calma —dijo Roger intentando que la incomodidad de Alexander no se hiciera tan evidente.
—Me siento en las nubes, nunca esperé que me agasajaran de esta forma y no un hombre, ¡dos! Pero ¿están seguros de que solo quieren hablar? Podemos comer el helado los tres… Sobre mi cuerpo desnudo. —Roger sintió un escalofrío y no pudo ocultar la