XLII Los pecadores
Luka se despertó complacido de haber dormido de corrido aunque hubiera sido poco. La expresión de Alana revelaba el mismo sentir. ¿Quién necesitaría píldoras cuando lo tenía a él para relajarla? Y ahora estaba seguro de que la mujer hasta dormida lo extrañaba.

La despertó con besos en distintas partes de la cara. Ella sonrió antes de abrir los ojos.

—Buenos días —balbuceó.

—¿Te gusta lo que tienes en la mano?

Alessa no comprendió la pregunta hasta que la mano que aferraba el miembro de Luka se despertó del todo.

—¡Hay, por Dios! ¿No te lo dejé morado?

—Está perfecto, no te preocupes. ¿Todavía vas a insistir en que no extrañabas mi torre?

—No voy a dar explicaciones por lo que hago estando dormida.

—¿También agarras así a Filippo?

—Claro que no, él lo habría considerado de mal gusto, una falta de respeto.

—No termino de entender por qué estás con él.

—Porque es un buen hombre. Es dulce, cariñoso, me respeta, me cuida, comprende y me ayudó a superar todos mis problemas. Intenté matarme
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