Mundo de ficçãoIniciar sessãoLa Gala de Bienvenida era un circo de plumas, brocados y mentiras. El Salón de los Espejos refulgía bajo cientos de candelabros, reflejando la alta sociedad de Veridia, todos ansiosos por medir la debilidad de su princesa o la arrogancia del príncipe invasor.
Lyra, del brazo de Kaelan, sentía que no era una anfitriona, sino una actriz en el acto más importante de su vida. Kaelan era la personificación de la disciplina militar, incluso en ropa de gala. Su chaqueta era de terciopelo negro, austera, contrastando con el vibrante jade del vestido de Lyra. Su mano se apoyaba con firmeza en el pliegue de su codo, una presión constante que era tanto un ancla como un recordatorio. No la estaba guiando; la estaba controlando. —Sonríe, Lyra. No como una princesa, sino como una mujer cautivada. Frunces demasiado el ceño. Pareces enfadada, no enamorada. Lyra apretó los dientes, manteniendo la falsa sonrisa hasta que sintió que los músculos de su cara se tensaban. —Soy una mujer de Veridia, no una cortesana de Aethel. No frunzo el ceño, estoy meditando sobre el lamentable estado de sus modales. Kaelan respondió con una risa baja, profunda y, para el oído de los nobles cercanos, íntima. Era un sonido que Lyra nunca le había escuchado producir en la cena, y la autenticidad forzada la perturbó. Su mano se deslizó sutilmente desde su codo hasta la parte baja de su espalda, una caricia breve y posesiva, que la empujó suavemente hacia él. —Medita más tarde —le replicó él, su voz teñida de un falso encanto.— Ahora, debemos encontrarnos con el Duque Marius. Recuerde el guion: usted es la heredera política que se resiste a su futuro, y yo soy el guerrero obstinado que sabe exactamente cómo doblegarla. La tensión es nuestra amiga. —No tendrás que ir muy lejos —susurró Lyra, señalando discretamente con la mirada hacia el fondo del salón. Kaelan siguió la dirección. —Bueno, eso fue más fácil de lo que creía. —Sí, eres un hombre lleno de suerte. Y Lyra no sabía si era casualidad o un teatro perfectamente orquestado, pero Marius miró en dirección a ambos. Dos segundos después, caminaba en dirección a la pareja. —¡Lyra! Querida prima —exclamó Marius, besando su mano con fervor. El Duque Marius, primo de Lyra y tercer candidato al trono si Theodoric y Lyra caían, se acercó a ellos. Era un hombre de treinta años, demasiado entusiasta, con ojos inquietos y una inclinación a vestirse con telas más brillantes de lo que su rango permitía. Lyra notó de inmediato la pulsera de oro en su muñeca, una pieza nueva y costosa que contrastaba con los insistentes rumores de sus recientes deudas de juego. —Es un placer ver que la llegada del Príncipe Kaelan te sienta tan bien. Hay un brillo inusual en tus ojos. —Es la irritación, Marius—respondió Lyra con honestidad cáustica, manteniendo la sonrisa. Kaelan se adelantó, su cuerpo alto y ancho interponiéndose sutilmente entre Lyra y Marius. La sonrisa que le dedicó al Duque no era la de la intimidad, sino la del depredador. —Duque Marius. Aethel aprecia su calidez. Lyra me ha hablado a menudo de usted, de su intelecto, y de sus… grandes ambiciones—La forma en que Kaelan pronunció las últimas palabras hacía que el cumplido pareciera una amenaza. Marius se encogió, pero se recompuso rápidamente. —Solo busco lo mejor para Veridia, príncipe. Por cierto, Lyra, mi catalogación en el Archivo está casi completa. Quizás el Príncipe Kaelan quiera revisar los textos antiguos. Son fascinantes. El Archivo. Lyra le dio a Kaelan una mirada de reojo que decía: Bingo. —Las antigüedades no son mi especialidad, Duque—dijo Kaelan, su mano regresando al codo de Lyra, el pulgar trazando círculos lentos y metódicos en el terciopelo de su vestido. La caricia fue tan discreta que solo Lyra la sintió, pero fue suficiente para hacerla sentir que la tocaba en medio de la multitud.— Mi área son las deudas, Marius. Financieras, militares… y de honor. Entiendo que las tres pueden ser igualmente debilitantes. El color abandonó el rostro del Duque. Lyra observó cómo el mensaje penetraba: Kaelan no solo conocía sus problemas de juego, sino que estaba enviando una advertencia directa, delante de toda la corte. Marius intentó forzar una risa. —Una conversación para otro momento, Príncipe. Disfruten de la velada —Se retiró torpemente, perdiéndose entre la multitud. Tenía que ser una maldita broma. —Eso fue innecesariamente público. Podrías haberle notificado de forma discreta. —La discreción sugiere incertidumbre, Lyra. La humillación pública sugiere control absoluto. Le acabamos de decir a toda la corte que Marius está en nuestra órbita, sea por chantaje o por miedo. Ya no puede actuar con libertad. Lo hemos marcado. Ella tuvo que admitir que era brillante, y eso la enfurecía aún más. El hombre que la humillaba era el único que podía salvar su reino. —¿Y el toque?— preguntó Lyra, con los ojos entrecerrados.— ¿El control sobre mi espalda y mi brazo? ¿Es eso también control sobre Marius? Kaelan la miró, y por un instante, el soldado se retiró, revelando algo más complejo. —Ese es el costo de la farsa, Lyra. Es un mensaje: ella es mía. Ella sintió el impulso de golpearlo, pero solo logró clavarle las uñas en la palma de su mano, bajo el guante. Él no se inmutó. —Bien. Ahora que el Duque ha sido marcado—dijo Lyra, forzando su propia voz a ser un susurro peligroso,—... dime cuál es el siguiente paso. Porque te garantizo que si no me sueltas en el próximo minuto, la tensión se acabará y la pelea será real. —Relájese—murmuró Kaelan, y esta vez, el toque en su espalda se convirtió en una caricia fugaz que enviaba escalofríos por su columna vertebral.— El siguiente paso es la cena en privado. Necesito saber qué tan desesperado está Marius. Necesito la clave del Archivo, Lyra. Mañana. Sin fallos. Mientras Kaelan la guiaba a través del salón, Lyra entendió la dinámica de su alianza. Era una cuerda tensada de acero. Él la tiranizaba y la obligaba a crecer. Ella lo odiaba y le obligaba a explicar sus movimientos. La guerra se libraba no solo en los mapas, sino en cada toque, cada mirada, cada respiración compartida. El slow burn no era solo romántico; era la lenta e inevitable fusión de dos estrategas que se respetaban, mientras se aborrecían. El resto de la noche se dedicó a vender la mentira. Lyra se encontró riendo de los comentarios cínicos de Kaelan, apoyando su cabeza en su hombro durante un vals rápido y permitiendo que su mano descansara en la suya un momento más de lo necesario ante la mirada curiosa de un embajador. Cuando la velada terminó, Lyra no se sentía cansada; se sentía drenada y electrificada a partes iguales. Al despedirse en la puerta de sus aposentos, Kaelan la tomó por la barbilla, obligándola a mirarlo. —Buen trabajo, Lyra. Su actuación fue convincente. —Y la tuya, Príncipe, fue una afrenta. Tráeme la información que obtengas de Marius. Quiero las pruebas en mi escritorio mañana por la mañana. Él sonrió, una curva leve y peligrosa. —Duerma bien, Princesa. Mañana empezamos la excavación del Archivo. Y recuerda, no importa cuán lento sea nuestro matrimonio, la conspiración no espera.






