Mundo de ficçãoIniciar sessãoPara evitar a los sirvientes, Lyra había acordado encontrarse con Kaelan en la Capilla de los Silencios a medianoche, un lugar tan desolado y frío que nadie pensaría en buscar a la realeza allí. Lyra se había puesto ropa sencilla de montar, botas suaves y una capa oscura con capucha que ocultaba sus distintivos de heredera. La adrenalina de la misión la hacía sentir más viva que cualquier gala.
Kaelan ya estaba allí, una sombra de seis pies de altura junto al altar de mármol. Llevaba ropa similar a la de ella, totalmente negro. En la penumbra, sin su uniforme militar ni sus joyas, parecía más peligroso, menos Príncipe y más el guerrero que era. —Llega un minuto tarde—susurró Kaelan tan pronto como ella cruzó el umbral. —Estaba asegurándome de que mi guardia no te siguiera. A diferencia de tu séquito, el mío es leal. Ten paciencia, Príncipe—replicó Lyra, manteniendo la voz baja. Kaelan extendió la mano. Tenía un rollo de pergamino. —Esto es lo que sé del Duque Marius. Sus deudas no son con usureros comunes, sino con una casa de préstamos que desapareció hace veinte años, vinculada a los viejos cultos de Sombras. El Concilio lo ha estado financiando. Su pago reciente vino después de que prometiera su ayuda en el sabotaje. Ella miró el rollo con aprensión, como si pudiera saltar y morder la en cualquier momento. Kaelan alzó la vista, en silencio y con mil preguntas en su mirda. Preguntas que ella no quería responder a sí misma... pero debía. Lyra desenrolló el pergamino y repasó las cifras una por una, el historial de transacciones era tan clara como el agua y un golpe directo en su estómago. La evidencia era irrefutable. La humillación de que su propio primo estuviera vendiendo a Veridia por dinero la golpeó con una fuerza física. —¿Y la clave del Archivo?—preguntó ella. —La conseguí. No fue difícil. Marius la dejó en un lugar predecible. Cobardes y traidores tienen una cosa en común: nunca son originales Kaelan sacó del bolsillo una llave de latón antigua, intrincadamente grabada con un sol y una luna. —Vamos —dijo Lyra, recogiendo su capa.— El Archivo Real está en el ala oeste. Solo se puede acceder por una escalera de servicio detrás de las cocinas. Es el lugar menos vigilado. En los pasillos estrechos, sus hombros se rozaban, su aliento se mezclaba. Lyra notó que Kaelan se movía con una gracia silenciosa y depredadora, abriendo puertas y probando tablones sueltos con la precisión de un fantasma. Él la cubría instintivamente, interponiendo su cuerpo entre ella y cualquier fuente de luz o ruido sospechoso. Esta protección instintiva era tan desarmadora como su arrogancia. Llegaron al Archivo. Kaelan abrió la puerta con la llave de Marius, y entraron en el vasto espacio, lleno de estanterías que se alzaban hasta el techo. El aire era pesado, con olor a papel viejo y polvo. Kaelan encendió una pequeña linterna de mano de Aethel, que emitía un haz de luz potente y enfocado. —Los informes que mi padre ignoró sobre la escasez de alimentos venían del sur. Debieron intentar encontrar algo sobre la agricultura mágica,— murmuró Lyra, dirigiéndose a la sección de Geografía y Recursos. Kaelan, sin embargo, fue directamente a la sección de Historia Antigua. —Si el Concilio usó a Marius, fue para encontrar algo que les diera legitimidad. No busques lo que quieren destruir; busca lo que quieren robar. Ella se detuvo, sorprendida por su lógica. Por primera vez, en lugar de discutir, ella acató su plan. Se separaron para cubrir más terreno, pero la luz de Kaelan se mantuvo siempre cerca, vigilándola. Lyra sintió la pesadez de su mirada incluso a través de las estanterías. —Deja de vigilarme. Estoy buscando. —No la estoy vigilando. Estoy cubriendo mi flanco—replicó Kaelan desde las sombras.— Si la atacan, necesito saberlo. Y no tengo intención de dejar que la Heredera de Veridia sea secuestrada en mi primera misión. Lyra gruñó en voz baja y siguió buscando, sus dedos trazando títulos polvorientos. De repente, su linterna encontró un hueco en un estante. Un espacio de unos pocos centímetros donde claramente faltaba un tomo. —¡Kaelan! Ven aquí. Él se movió con rapidez, apareciendo a su lado. La cercanía era sofocante en la oscuridad. El calor que irradiaba su cuerpo, aunque cubierto de lana y cuero, era palpable. —Aquí—dijo ella, señalando el espacio. —Era un libro del mismo tamaño que estos. Mira el polvo. Fue removido recientemente. Kaelan examinó el estante con su linterna. —Los títulos vecinos son sobre "Linajes Reales Perdidos" y "Mitos Fundacionales del Imperio Aethel-Veridia". No es casualidad. Él pasó sus manos por el estante, presionando suavemente la madera. Entonces, con un clic casi inaudible, una pequeña puerta secreta se abrió en la pared detrás de la estantería. Lyra jadeó. —¿Una bóveda? —No es de extrañar que Marius estuviera tan interesado en catalogar. No buscaba un libro; buscaba la llave para abrir esta bóveda—dijo Kaelan, su voz tensa. Se acercó a la abertura.— Marius solo tuvo acceso al Archivo. No pudo abrir esta bóveda. El mecanismo debe ser activado por la llave, y la llave… debe estar en manos de alguien con poder de linaje. —¿El Rey?—preguntó Lyra. —O la Heredera—corrigió Kaelan, y la miró. Sus ojos, en la luz baja de la linterna, parecían brasas.— Tú, Lyra. La bóveda fue diseñada para ser abierta por la línea real de Veridia. Prueba la llave de Marius. Ella tomó la llave, y con la mano temblando, la insertó en una pequeña ranura oculta dentro de la bóveda. El metal era un calce perfecto. Al girar, se escuchó el resonar de pesados engranajes, y la puerta se abrió un palmo. Dentro, en un cojín de terciopelo descolorido, no había joyas ni oro, sino un solo objeto: un medallón de obsidiana grabado con un símbolo que Lyra reconoció con horror: el sello del Concilio de las Sombras. Antes de que Lyra pudiera tocarlo, Kaelan la sujetó por el brazo, su agarre era de acero. —No. No lo toques. Podría ser una trampa mágica. La intensidad de la situación, el descubrimiento de un objeto de poder oscuro en el corazón de su castillo, y la sensación de la mano de Kaelan en su piel, hizo que Lyra se sintiera momentáneamente sin aliento. Se liberó de su agarre, no por aversión, sino por la urgencia. —Tenemos que sacarlo de aquí—siseó Lyra.— Antes de que Marius o su gente se den cuenta de que la bóveda ha sido comprometida. Mientras se inclinaban para examinar el medallón bajo la luz de la linterna, sus cabezas casi se tocaron. Lyra sintió la necesidad de alejarlo, de recordarle que eran enemigos, pero el miedo al oscuro poder del medallón era más fuerte que su orgullo. Estaban solos, en la oscuridad, compartiendo un secreto peligroso. La sensación de ser un equipo era extraña y perturbadora. —Mañana llevaremos este objeto a mis hechiceros en la embajada. Ellos lo analizarán. Por ahora, debemos cerrarla. Cerraron la bóveda, reemplazaron la estantería y salieron del Archivo, el medallón envuelto y oculto bajo la capa de Lyra. El peso de ese objeto era el peso de la traición y la amenaza real.






