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Capítulo 2: Falsa intimidad.

El Príncipe Kaelan llegó a la cena con puntualidad militar, despojándose de su chaqueta formal solo después de que ella estuviera sentada. Lyra observó cómo sus ojos escanearon la habitación: las salidas, la posición de los guardias, el brillo de un cuchillo sobre el plato de pan. Un soldado, siempre evaluando la amenaza. Se sentó frente a ella, y la mesa, aunque pequeña, parecía extenderse en un vasto campo de batalla.

—¿El veneno es cortesía de mi reino o del suyo, Príncipe?—preguntó Lyra en voz baja, tomando su copa de vino con una cautela exagerada.

Kaelan levantó una ceja, pero no reaccionó con sorpresa.

—De ninguno, por ahora. He traído a mi propio catador, como puede ver. El Concilio es ingenioso, no precipitado. No matarían a su mejor peón político en la primera noche.

El catador, un hombre corpulento y sin expresión del séquito de Aethel, tomó un sorbo de ambas copas. Al ver que no caía fulminado, Kaelan tomó su propia copa. El gesto hizo que la tensión en Lyra se relajara apenas un grado. Era práctico. Lo odiaba, pero apreciaba su profesionalismo ante el peligro.

—Hablemos de negocios,—dijo Lyra, sin esperar a que sirvieran el primer plato de faisán asado.— Usted insinuó que el Concilio de las Sombras estuvo involucrado en la muerte de mi Comandante Alar. ¿Cómo puede estar seguro?

Kaelan inclinó la cabeza, su expresión de piedra se suavizó apenas en un gesto de consideración.

—En la Batalla del Pantano, la maniobra que le costó la vida a Alar fue un error táctico que nunca habría cometido. Era un militar sólido. Pero más importante aún, el informe de la inteligencia de Aethel sugiere que su posición fue comprometida por una rara combinación de magia y tecnología. Un sello de manufactura.

—¿Magia?—Lyra había estudiado estrategia y economía; la magia era el folclore de las viejas mujeres.— Mi padre desestima estas historias.

—Su padre es un hombre de la vieja guardia, y eso lo hace predecible y el Concilio lo sabe. Tienen agentes dentro de su corte, Lyra.

La mención de su nombre, sin el título, fue un golpe seco y directo, una perforación de la formalidad que la hizo sobresaltarse.

—Princesa Lyra para usted,—corrigió ella, su voz helada.

—Lyra,—repitió él con deliberación, la palabra rodando en su lengua con una aspereza sedosa que la perturbó.— Si vamos a desmantelar una conspiración que busca la caída de dos reinos, no tenemos tiempo para formalidades infantiles. Debemos hablar con la urgencia y la crudeza de los soldados en el campo. ¿O prefiere que lo discutamos como prometidos?

Él se inclinó sobre la mesa, sus ojos fijos en los de ella con una intensidad que casi quemaba. Puso su mano, grande y con cicatrices de batalla, sobre la mesa, a pocos centímetros de la de ella.

—Dígame, ‘Lyra’. ¿Debo tomar su mano ahora y pretender que le estoy contando cuán hermosa es la luna, mientras le explico por qué su Maestre de Cuentas es un espía?

Lyra retiró su propia mano, sintiendo un rubor de rabia en sus mejillas.

—La formalidad mantiene las líneas claras, Kaelan. No somos aliados, somos enemigos con un objetivo común. Si cruza esa línea, lo haré arrepentirse.

Él no se inmutó.

—Entonces mantengamos la hostilidad. Ahora, dígame: ¿quién tenía acceso irrestricto al Archivo Real de Veridia?

El abrupto cambio de tema la obligó a centrarse.

—El Lord Archivista, por supuesto. Mi primo, el Duque Marius, estaba ayudando a catalogar unos textos antiguos. Y yo.

—Marius es conocido por su… pasión por los juegos de azar, ¿no es así? —Kaelan tomó un trozo de pan y lo partió con una precisión innecesaria.— El Concilio no solo usa la magia, Lyra. Usan las debilidades humanas. Debemos empezar por identificar a quién podrían comprar o chantajear.

La cena se convirtió en una junta de estrategia. El faisán se enfrió, las copas de vino permanecieron a medio llenar. Lyra se dio cuenta con una punzada de frustración que su intelecto era formidable. No era solo un guerrero; era un estratega de estado. Sus fortalezas se complementaban de una manera alarmante: Lyra conocía las debilidades internas de Veridia; Kaelan conocía las amenazas externas.

—Lo que me lleva a mi punto más delicado—dijo Kaelan, apoyándose en la silla y el silencio volvió a inundar la habitación.— El tratado será firmado en tres días. A partir de ese momento, la prensa de los reinos y las cortes esperarán ver la imagen de la unión. Debemos crear una fachada de romance convincente.

Lyra sintió un escalofrío de repulsión.

—¿Una fachada? ¿Qué sugiere? ¿Que nos miremos con ternura en los balcones?

—Sugiero que cada vez que estemos en público, actuemos con la familiaridad de los prometidos enamorados. Debemos ser vistos discutiendo los detalles de la boda, sonriendo, tocándonos.

La última palabra la golpeó.

Tocándonos.

—Absolutamente no,—replicó Lyra, su voz baja y firme.— Puedo simular una sonrisa. Puedo sostener su brazo en una procesión, pero no voy a permitir que su toque, el toque del hombre que ha asfixiado mi reino, sea interpretado como algo más.

Kaelan suspiró, un sonido que denotaba una paciencia que él claramente no poseía.

—Lyra, el tacto es la mentira más fácil de vender. Si el Concilio nos ve como dos figuras distantes, dos piezas de ajedrez frías, sospecharán de la tregua. Si nos ven como dos personas consumidas por la tensión, estarán tranquilos, pensando que nuestros corazones están en guerra. Piensa en la narrativa, princesa. Un amor tempestuoso y posesivo. Es creíble.

Se levantó, rodeando la mesa lentamente. Lyra se obligó a permanecer sentada, sin mostrar miedo. Kaelan se detuvo justo detrás de su silla. La cercanía de su cuerpo, el olor a cuero, especias y metal pulido que desprendía, era abrumadora.

—Por ejemplo, si nos ven así…

Su mano se posó delicadamente sobre la curva de su cuello, no en un agarre, sino en una caricia. Sus dedos, firmes y sorprendentemente suaves a pesar de las cicatrices, trazaron el borde de su trenza. El contacto, breve y totalmente profesional en su intención, desató una corriente eléctrica a través de Lyra. Ella sintió un nudo en el estómago, una reacción química instintiva que la enfureció.

—Esto... —continuó Kaelan, retirando la mano con la misma rapidez,— es un gesto que sugiere una intimidad forjada. Un toque possessivo. Esto es lo que debemos vender. ¿Entendido, princesa?

Lyra se puso de pie de golpe, girándose para encararlo. Estaba a centímetros de él, obligada a alzar la mirada hacia su rostro. Sus ojos ardían con una mezcla de ira y esa perturbadora, naciente atracción que se negaba a reconocer.

—Entendido, Kaelan,—gruñó. —Pero déjeme ser clara: la próxima vez que intente esa clase de farsa sin previo aviso, le prometo que la tensión que verá todo el mundo será real. Ahora, salgamos a dar un paseo por el jardín. Debemos mostrarles a sus espías cuán rápido nos estamos 'acercando'

Lyra salió del comedor con la barbilla en alto, dejando a Kaelan sonriendo apenas para sí mismo. La primera batalla no había sido política. Había sido física, y su cuerpo la había traicionado. La tregua acababa de empezar, envuelta en la incómoda seda de la mentira.

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