En el coche
Dylan sostenía la mano de Marella mientras sus miradas se cruzaban, como si cada uno intentara leer los secretos escondidos en el otro.
—¿Estás lista para nuestra boda? —preguntó, y su tono parecía una mezcla de seguridad y urgencia, como si supiera que al pronunciar esas palabras rompía alguna barrera entre ellos.
Marella sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. La pregunta de Dylan, aunque directa, la hacía enfrentarse a una marea de sentimientos contradictorios. Por un lado, estaba el resentimiento por Eduardo y su traición; por otro, el inesperado latido de su corazón ante la presencia de Dylan. Tragó saliva y respondió en un susurro apenas audible:
—Sí…
Dylan sonrió, pero su sonrisa ocultaba un dejo de tristeza. Levantó la mano de Marella y, con delicadeza, tocó su barbilla, obligándola a mirarlo a los ojos.
—Nos casaremos un día antes que Eduardo, mañana mismo —anunció con una determinación que no dejaba lugar a dudas—. Quiero que seas fuerte, Marella. Sé que ver a