Los gritos de Yolanda resonaron como un eco desgarrador por los pasillos del hotel, alertando a la seguridad.
En cuestión de minutos, los empleados y algunos huéspedes comenzaron a rodear la escena, susurrando con curiosidad morbosa mientras observaban a Glinda inmóvil al pie de las escaleras. Las miradas de todos iban de la mujer herida a Yolanda, que no paraba de señalar con un dedo acusador a Marella.
—¡Fue ella! —chilló Yolanda, con los ojos desorbitados y el rostro marcado por una furia implacable—. ¡Ella la empujó! ¡Esa mujer lanzó a mi nuera desde las escaleras!
El tumulto creció de inmediato. Las murmuraciones llenaron el aire.
Las palabras de Yolanda parecían un cuchillo afilado apuntando al corazón de Marella.
Los desconocidos comenzaron a susurrar, sus miradas cambiaron de desconcierto a repulsión, como si ya la hubieran declarado culpable.
Marella, paralizada, no podía dejar de temblar. Estaba abrazada a sí misma, ahogada por el pánico, hasta que sintió los brazos de Dylan