Darrel se asomó a la ventana. Observó el vacío de la noche con el ceño fruncido, asegurándose de que Tina se había marchado.
Su mirada, perdida y oscura, se desvió hacia la mesa.
Se sirvió un trago generoso y lo bebió de un golpe, esperando que el ardor en su garganta apagara el fuego de su mente.
Vestido con un impecable esmoquin, Darrel lucía tan elegante como descompuesto.
Se sentía perdido, atrapado entre las sombras de sus propios deseos y remordimientos. Amaba a Tina, o eso se había dicho tantas veces que ya no sabía si era verdad. Pero ella lo había traicionado.
Y luego estaba Mora… Mora, quien lo miraba como si él fuera el centro de su universo, quien siempre había estado ahí para él, como confidente, como refugio.
¿Cómo podía devolverle ese amor? No creía ser capaz de amarla como ella deseaba.
Y, aun así, sus besos habían despertado algo en él que le hacía sentirse culpable, un deseo que no podía ignorar.
En la habitación contigua, Mora lloraba desconsolada al borde de la cama