Darrel la sostuvo firmemente en sus brazos, sintiendo cómo el peso de su cuerpo inerte lo hundía más de lo que nunca habría imaginado.
Cada segundo que Mora permanecía inconsciente era una puñalada que perforaba la coraza de indiferencia que había construido alrededor de sí mismo.
Con cuidado, apartó un mechón de cabello de su rostro pálido, mientras la urgencia latía con fuerza en su pecho.
Por un momento, el hombre que siempre había sido frío, distante y calculador se desmoronó. Ante sus ojos no estaba la Mora fuerte y decidida que lo desafiaba con su carácter, sino una mujer frágil.
—Mora… abre los ojos, por favor —susurró, casi rogando, mientras sus dedos temblaban al acariciar su mejilla helada.
Su desesperación crecía con cada segundo de silencio. No podía quedarse ahí, esperando a que algo cambiara.
Al llegar, la acomodó en la cama.
—Mora, por favor… despierta.
Su mirada se deslizó hacia su rostro.
Sus dedos trazaron una caricia en su mejilla, y antes de que pudiera detenerse, s