—¡Llamen a una ambulancia! —gritó Dylan, su voz quebrándose mientras presionaba con fuerza la herida de su padre para intentar detener el flujo de sangre.
Máximo yacía inconsciente, su rostro pálido como si ya hubiera sido reclamado por la muerte. Eduardo, herido y cubierto de moretones, temblaba mientras trataba de mantener la calma, aunque sus ojos estaban desbordados de lágrimas.
—¡Padre, por favor, no nos dejes! —exclamó Eduardo con desesperación, su voz ronca, casi irreconocible.
La ambulancia llegó en cuestión de minutos, pero para ellos el tiempo parecía haberse detenido en una angustiosa eternidad.
Dylan ayudó a los paramédicos a levantar a su padre, mientras Eduardo, sin importar sus propios golpes y heridas, subía a la ambulancia.
El vehículo se dirigió al hospital a toda velocidad, el sonido de la sirena perforando la noche. Eduardo apretaba los puños mientras trataba de contener el dolor físico y emocional que lo asfixiaba.
***
En el hospital
Cuando Yolanda vio a su esposo