Mi cuerpo se sentía como si alguien hubiera atado piedras en mis extremidades para después lanzarme al mar. La garganta me dolía y los ojos me pesaban, pero aún así, los abrí.
Estaba en mi habitación y por la ventana se filtraba la luna. ¿Cuánto había dormido?
A mi mente vino los golpes, el llanto, la falta de aire, Alexander…
¿Fue una pesadilla? ¿Nada fue real?
Pero esos pensamientos se esfumaron cuando me intenté mover y vi el gotero que estaba junto a la cama, el tubo conectado a mi mano cubierta por el adhesivo. Fue real.
Mi mano fue a mi mejilla adolorida, confirmando la teoría. Como si hubiera despertado a una bestia, comenzó a palpitar.
Suspiré, quitándome la vía y sentándome en la cama. Al ver mi cuerpo, noté que mi vestido ya no estaba, en su lugar, llevaba un camisón negro.
¿En qué momento me cambié?
Apoyé la mano en el otro lado de la cama, donde las sábanas estaban revueltas y noté la calidez, como si alguien hubiera estado allí hace poco.
Mi corazón dio un vuelco.