••Narra Kiara••
Luché con las esposas todo lo que pude, tratando de usar lo que tenía a la mano para tratar de abrirlas, pero nada funcionaba. Y ni hablemos sobre la fuerza bruta, ya que yo no tenía eso. No era para nada fuerte y mucho menos ahora que estaba agotadísima después del castigo infligido a mi cuerpo. Mis pezones y mi vulva seguían sensibles.
—¿No puedes quedarte quieta ni un segundo? —La voz detrás de mí me hizo sobresaltarme.
Giré mi cuerpo, encontrándome a Alexander apoyado en el marco de la puerta, con gesto calculador. Quise insultarlo por haberme dejado esposada a la cama, por abandonarme en este habitación de hotel de esta manera, dejándome desnuda, con una simple sábana cubriendo mi cuerpo. Pero mis ojos lilas viajaron a una de sus manos, donde tenía una bolsa. ¡Otra bolsa!
—¿Qué traes ahí? —pregunté, volviendo a tirar inútilmente del metal en mi muñeca—. ¿Más esposas? ¿Piensas esposarme los tobillos también?
Caminó a mi dirección, con pasos lentos y controlados.