Parpadeé varias veces, sin poder creer lo que veía. Marcos estaba aquí, con su cabello rubio cubierto por una capucha, sus ojos marrones fijos en los míos.
No era una alucinación, no era un espectro, ni el reflejo distorsionado de una vitrina. Era él. Estaba aquí, frente a mí.
—Kiara, mi vida, me alegra verte —Sonrió.
¿Mi qué…? ¿Este imbécil me había llamado “mi vida”?
Quería gritarle, pero mi boca no se movió. Sentía que algo andaba mal.
Tomé la manija con fuerza y traté de cerrar la puerta, pero metió el pie. Tal vez debí detenerme para no lastimarlo, pero no lo hice. Afinqué aún más mi peso, ya que mi cabeza me decía una y otra vez que él no debería estar aquí.
Sentía que mi corazón comenzaba a latir con más fuerza, reconociendo el peligro. Pero, ¿qué peligro? Marcos era un infeliz cobarde, pero solo eso.
¿Por qué tenía un mal presentimiento con alguien que solo era una sanguijuela chupa sangre?
—¡Maldición, Kiara! Solo quiero hablar contigo —La puerta fue emp