Mi padre y Marcos estaban en dos extremos distintos, sin verse. Gracias al cielo.
Aunque solo era cuestión de tiempo. Si mi padre no sabía que Marcos, el mismo hombre al que le ofreció dinero por alejarse de mí, era ahora un hombre con dinero, se iba a enterar justo esta noche.
—¿Tú hiciste esto? ¿Por qué? —Confronté a mi esposo, quién me miró con aquellos ojos fríos e inexpresivos.
—Tú no eres la única que puede hacer sus movimientos, Kiara. Esto forma parte del juego —declaró. Su mano fue a mi cintura, aferrándose a mí con una firmeza inquebrantable.
Tragué saliva, respirando profundo.
Está bien, si él quería hacer ese movimiento, yo haría el mío, en frente de todos, sin sentir culpa ni miedo.
Alexander no era el único que sabía jugar.
De pronto, tiró de mi cintura, obligándome a caminar.
No pensaría llevarme con ninguno de los dos, ¿verdad?
Ese pensamiento de esfumó cuando me plantó en medio de la pista de baile.
Mis ojos se abrieron de par en par, impactada. Me q